Christ the King Icon-aEl día en que los hombres, pero no como individuos sino como pueblos, el día en que los pueblos sean capaces de posponerse a sí mismos, de posponer la idea que tienen de su patria, de sus reinos, y ofrecerlo todo como incienso al Señor, Rey de un Reino que no es de este mundo, Guía de la historia, y esto lo hagan por ese amor recíproco entre los Estados, que Dios pide, lo mismo que pide el amor recíproco entre los hermanos; ese día será el comienzo de una nueva era, porque ese día, lo mismo que se hace viva la presencia de Jesús entre dos que se aman en Cristo, se hará vivo y presente Jesús entre los pueblos, finalmente puesto en su verdadero lugar de único Rey, no sólo de los corazones, sino también de las naciones. Será Cristo Rey.

Los pueblos cristianos, o sus representantes, tendrían que saber inmolar su yo “colectivo”. Éste es el precio. Por otra parte, no se nos pide menos a cada uno de nosotros para la consumación de nuestros espíritus en unidad.

 Éstos son tiempos en los que cada pueblo tiene que traspasar sus propio confines y mirar más lejos. Ha llegado el momento de amar la patria de los demás como la propia, de que nuestros ojos adquieran una nueva pureza.
No basta el desapego de nosotros mismos para ser cristianos.

Hoy los tiempos exigen al seguidor de Cristo algo más: una conciencia social del cristianismo, que edifique no sólo la propia tierra según la ley de Cristo, sino que ayude a la edificación de la de los demás con el gesto universal de la Iglesia, con la mirada sobrenatural que nos ha dado Dios Padre, que desde el Cielo ve las cosas de un modo muy diferente al nuestro.

Es necesario vivir el Cuerpo místico de Cristo de manera tan excelente que podamos traducirlo en cuerpo místico social. […]

El Señor tenga piedad de este mundo dividido y desbandado, de estos pueblos encerrados en su propio cascarón contemplando la propia belleza – única para ellos – limitada y que no satisface, defendiendo con los dientes sus propios tesoros – incluso aquellos bienes que podrían servir para los demás pueblos en los que se muere de hambre – y haga caer las barreras y fluir ininterrumpidamente la caridad entre una tierra y otra, como un torrente de bienes espirituales y materiales.

Esperamos que el Señor componga un orden nuevo en el mundo, Él, que es el único capaz de hacer de la Humanidad una familia y de aprovechar bien esas diferencias entre los pueblos, para que en el esplendor de cada uno, puesto al servicio de los demás, resplandezca la única luz de la vida que, embelleciendo la patria terrenal, hace de ella una antecámara de la Patria eterna.

Chiara Lubich – de “María transparencia de Dios” – pp. 113,114,115,  Ed. Ciudad Nueva, Madrid, 2003.

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