En su casa de Palestina, un lugar anónimo en la periferia del potente Imperio Romano, una mujer joven recibe una visita inesperada y estremecedora: un mensajero de Dios le trae una invitación y espera su respuesta.

«Alégrate», le dice el ángel al saludarla; y luego le revela el amor gratuito de Dios por ella y le pide que colabore en el cumplimiento de su designio sobre la humanidad.

María acoge con estupor y alegría el don de este encuentro personal con el Señor y, por la plena confianza que deposita en el amor de Dios, también ella se entrega totalmente a este proyecto aún desconocido.

Con su «¡Heme aquí!» generoso y total, María se pone con decisión al servicio de Él y de la humanidad y, con su ejemplo, indica a todos un modo luminoso de adhesión a la voluntad de Dios.

«He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra».

Meditando esta frase del Evangelio, Chiara Lubich escribió: «Para cumplir sus designios, Dios solo necesita personas que se entreguen a Él con toda la humildad y la disponibilidad de una sierva . Con su actitud, María –verdadera representante de la humanidad, cuyo destino asume– deja todo el espacio a Dios para su actividad creadora. Pero ya que “siervo del Señor”, además de expresar humildad era también un título de nobleza que se atribuía a los grandes servidores de la historia de la salvación, como Abrahán, Moisés, David y los profetas, con estas palabras María afirma toda su grandeza».[1]

«He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra».

También nosotros podemos descubrir la presencia de Dios en nuestra vida y escuchar esa «palabra» que nos dirige a cada uno para invitarnos a hacer realidad en la historia, aquí y ahora, un fragmento de su designio de amor. Pero podríamos sentirnos bloqueados por nuestra fragilidad y por una sensación de ineptitud. En ese caso, hagamos nuestra la palabra del ángel: «Nada es imposible para Dios» (Lc 1, 37) y confiemos en su poder más que en nuestras fuerzas.

Es una experiencia que nos libera de condicionamientos y de la presunción de bastarnos a nosotros mismos, pone de manifiesto nuestras mejores energías y unos recursos que no creíamos tener y nos hace capaces de responder con el amor.

Cuenta una pareja de casados: «Desde el comienzo de nuestro matrimonio abrimos nuestra casa a los familiares de niños hospitalizados en la ciudad donde vivimos. Han pasado por casa más de cien familias, y siempre hemos procurado ser una familia para ellos. Muy a menudo la Providencia nos ha ayudado a sostener económicamente esta acogida, pero contando con nuestra disponibilidad previa. Hace poco recibimos una suma de dinero y pensamos dejarla en reserva: seguro que le vendría bien a alguien. De hecho, al poco tiempo nos llegó otra petición. Es todo un juego de amor con Dios, y nosotros solo tenemos que ser dóciles y estar al quite».

«He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra».

A vivir esta frase del Evangelio nos puede ayudar la sugerencia de Chiara de acoger la Palabra de Dios como hizo María: «…con total disponibilidad, sabiendo que no es palabra de hombre. Siendo Palabra de Dios, contiene en sí la presencia de Cristo. Así pues, acoge a Cristo en ti en su Palabra. Y con una prontitud muy activa, ponla en práctica momento a momento. Si lo haces, el mundo volverá a ver pasar a Cristo por las calles de nuestras ciudades modernas; a Cristo en ti, vestido como todos, trabajando en las oficinas, en las escuelas, en los lugares más variados, en medio de todos»[2].

En este tiempo de preparación para la Navidad, busquemos también nosotros, como hizo María, algún rato para estar cara a cara con el Señor, por ejemplo leyendo una página del Evangelio.

Procuremos reconocer su voz en nuestra conciencia, iluminada así por la Palabra y sensible ante las necesidades de los hermanos con los que nos cruzamos.

Preguntémonos: ¿de qué modo puedo ser una presencia de Jesús hoy y así contribuir, allí donde vivo, a transformar la convivencia humana en una familia?

El «Heme aquí» con el que responderemos hará que Dios siembre la paz en torno a nosotros y acreciente la alegría en nuestro corazón.

 LETIZIA MAGRI

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[1] C. Lubich, «No pierdas esta ocasión»: Palabra de vida, diciembre 1981: cf. Ciudad Nueva n. 162 (1981/12), p. 21.

[2] Ibid.

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