candle-1750640_1280_01La Navidad, es considerada por la mayoría de las personas como una gran fiesta entre otras, más suntuosa que sagrada. Es algo bueno considerar algunos aspectos temáticos de este evento, que dividió la historia del mundo en dos partes, una anterior, y otra posterior. Dada la importancia infinita de este acontecimiento, uno lo esperaría con pompa, con triunfalismo, sonidos y estruendo, con manifestaciones de poder y el flujo de millones de curiosos. Existe un contraste abismal entre el nacimiento de un poderoso de la tierra, como lo soñaba y esperaba el mundo antiguo, y el nacimiento en la sombra, desconocido de Jesús; un contraste que ya caracteriza la originalidad infinita de un Cristo-rey que nace de una pobre mujer, en un pesebre. Verdaderamente no parece un Dios y tampoco el más fastuoso de los hombres, sino el último de ellos, colocado enseguida en el nivel de la degradación más pavorosa. Se presenta en el estrato social más bajo, para ponerse enseguida en la situación de poder ver en la tierra a todos los seres humanos, de poder ver con los ojos de los miserables.

El comienzo de su revolución no considera la soberbia, sino la humildad para traer al cielo a los hijos de Dios, para comenzar por aquéllos que comían y dormían en el suelo: los esclavos, los que no tenían trabajo, los extranjeros: la hez.

Con ese niño nace la libertad y el amor. Su libertad es libertad de amor. Este es el descubrimiento inmenso. El amor universal enseñado por El trata de que desaparezca un sistema de convivencia hecho en gran parte por el poder  político, por el abuso de autoridad, por la usura ociosa, por el desprecio del trabajo, por la degradación de la mujer, por la envidia corrosiva. Lógicamente que para las personas integradas en tal sistema su anuncio es una locura: tema de cárcel y de patíbulo.

Felices los pobres y los que se vuelven pobres para ayudar a los miserables… Imaginemos la furia de aquéllos para quienes el dinero era el bien supremo…

«Se le dijo a los antiguos: no matarás. Pero yo les digo: cualquiera que se enoje contra su hermano será responsable de juicio…». Esta máxima parecía y parece aún hoy dañar el honor de los guerreros y de la industria bélica; mientras que no odiarse con el hermano equivale a poner fin a la burla, a las facciones, a la violencia. La máxima transformaría a la sociedad en una convivencia pacífica, donde en lugar de gritar y tirotear, la gente reiría y comería. La vida, en la paz, permitirá hacer de cada día una Navidad.

Y ésta es la revolución de Cristo: hacernos renacer continuamente, yendo en contra de la maldición de la muerte. Por lo tanto el mayor mandamiento es el de amar al hombre; que es como amar a Dios. Amar al otro hasta dar la vida por él.

En pocas palabras, es éste el significado de la Navidad: la revisión del pasado, terminar con las guerras, con las pasiones deshonestas, con la avaricia; comenzar con el amor universal, que no admite divisiones de raza, de castas, de clases, de tendencias política… Con su vida y su muerte Jesús predica y enseña la vida, por lo tanto, la Navidad se puede celebrar también con el pan dulce, si ayuda a despertar el amor; pero se celebra sobre todo con la reconciliación, que pone fin a las enfermedades del espíritu y da salud. Se celebra en gratitud al Señor y a María, que padecieron para enseñarnos y ayudarnos a poner fin a nuestro padecimiento.

 

Igino Giordani,  Il Natale come rivoluzione, Città Nuova, Roma 1974, n.24, p.18

 

 

 

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