La torta
No siempre todo es fácil en la familia. Cuando menos te lo esperas, puede estallar una discusión. El fin de semana pasado fuimos a visitar una familia. Mi esposa había pasado todo el día en la cocina preparando una torta. Estábamos en el auto, casi por llegar, cuando me di cuenta, demasiado tarde, que tenía que girar. Frené bruscamente y la torta terminó en el suelo. Se encendió una discusión. Quería argumentar que ese no era el lugar apropiado para llevar una torta, que se podía caer, como de hecho había sucedido. Pero me detuve y pedí disculpas. Poco a poco la tensión bajó. Cuando llegamos donde nuestros amigos, sin traer nada y sucios de torta, la armonía ya había regresado.
Enrique – España

Un hermano desafortunado
Acababa de bajar del tren cuando me embistió un chico de color, al que estaban persiguiendo tres hombres que gritaban: «¡Es un ladrón, deténganlo!». Los tres lo alcanzaron y empezaron a golpearlo. Viendo la escena me precipité y me puse como escudo: era un chico, que podía tener dieciséis años. Hecho un puño, en el piso, trataba de explicar, con su pobre italiano, que había robado porque había días que no comía. A la policía, que llegó mientras tanto, le explicó que había huido del Congo, y era el único sobreviviente del exterminio de su familia. Obtuve el permiso para acompañarlo al hospital. «Tú me salvaste la vida, ¡tú eres mi mamá italiana!», me decía a lo largo del camino. El diagnóstico fue un trauma craneal y tres costillas rotas. Era necesario internarlo. Como estaba desprovisto de la ropa apropiada, fui a comprársela. Al regresar, alguien me preguntó por qué me prodigaba tanto por un desconocido, que además era un ladronzuelo. Respondí: «Soy cristiana, es mi deber ayudar al hermano menos afortunado».
Anna Maria – Italia

Bendición negada
Había concluido su existencia del modo más triste y vergonzoso, después de una noche pasada entre alcohol y prostitutas. No sólo: la noche antes de morir se había llevado a su hijo quinceañero y lo había conducido a ese mondo que solía frecuentar para “enseñarle a ser hombre”. Fui llamado para bendecir sus restos. Respondí que no se merecía la bendición de la Iglesia. Me parecía que haciendo así estaba defendiendo la justicia, y estaba dando un buen ejemplo. Pero después ya no tuve paz. Pensaba en la viuda, en los hijos. Les había negado un poco de consuelo, había condenado a un prójimo que conocía sólo por la historia exterior, convirtiéndome en su juez, en lugar de Dios. Después de una noche sin dormir, me decidí. Fui a visitar a la viuda y a los hijos de ese hombre, para pedirles perdón y ponernos de acuerdo para la misa en sufragio de su ser querido. Quizás este gesto les dio un poco de paz.
E. P. – Italia

Nariz aguileña
Entre nosotras chicas hablamos mucho de lo que forma parte de nuestra vida, de cómo vestirnos, maquillarnos y demás. Un día una de ella se me burló de mí, haciendo notar mi nariz aguileña. Estalló una carcajada general. Me fui desesperada y por varios días estuve de mal humor. En casa mis padres me veían en ese estado sin poder hacer nada. Una noche, mi hermana me invitó a participar con ella en un grupo que ponía como base de cada acción el Evangelio. La acompañé. Me pareció que estaba entrando en otro mundo, donde lo que contaba eran las cosas realmente valiosas y no necedades como la nariz o el vestido. A partir de entonces siento una gran paz dentro de mí. Ahora me siento realmente yo misma.
G. K.. – Polonia

No comment

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *