La “Jornada internacional para la eliminación de la violencia contra las mujeres”, instituida por la ONU en 1999, es celebrada todos los años el 25 de noviembre, como una invitación a los gobiernos, a las organizaciones internacionales y a las ONG a comprometerse a sensibilizar la opinión pública. Se ha hecho mucho, pero lamentablemente hay todavía mucho que hacer. Y no es necesario ir a países lejanos para encontrar esa cruel violencia que todavía se ensaña contra las mujeres, incluso muy cerca de nosotros en el más sórdido silencio.

Resuenan con fuerza las palabras de San Juan Pablo II, en la carta apostólica Mulieris dignitatem (MD, 15/08/1988), en la que subraya que «Dios ha creado al hombre y a la mujer a su imagen, no sólo como individuos, sino, en su común humanidad, como “unidad de los dos”. La mujer y el hombre, por lo tanto, son esencialmente iguales. Ambos son personas, llamadas como tales a participar en el vida íntima de Dios y a vivir en recíproca comunión entre ellas, en el amor, según el modelo de Dios que es Amor, que es unidad en la Trinidad, y a reflejar en el mundo la comunión de amor que está en Dios (MD 7)». Una meta para tener presente todos los días, como individuos y como sociedad.

 

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