¿Qué tienen en común Medellín, Katowize y Kingersheim? A pesar de la distancia cultural, lo que los une es el proyecto social y civil.

Están ubicados geográficamente en dos continentes diferentes y en tres áreas culturales distantes. Estos son Medellín (Colombia), Katowize (Polonia) y Kingersheim (Francia). Son ciudades que han aceptado el desafío de colocar el bien común en el centro en el sentido más auténtico y no como una suma de intereses privados. Las administraciones y la ciudadanía han trabajado para encontrar una manera de romper el egoísmo, la pobreza, la soledad y reconocerse mutuamente como hermanos.

Los protagonistas en el campo son, respectivamente, Federico Restrepo, Danuta Kaminska y Jo Spiegel que en el congreso “Co-Governance. Corresponsabilidad en las ciudades de hoy” han contado sus tres historias, diferentes pero con un solo leitmotiv.

La primera historia es contada por Federico Restrepo, ingeniero y ex director de EPM – Empresas Públicas de Medellín (Colombia), quien, junto con otros amigos, no se rindió ante la inevitabilidad de la situación que parecía más grande que sus fuerzas. Medellín, una ciudad con casi tres millones de habitantes, como muchas otras ciudades de América del Sur, demuestra una fuerte tendencia de crecimiento de las áreas urbanas en perjuicio de la población rural.

“En algunos barrios de Medellín se encuentran poblaciones que intentan construir su propia ciudad en las periferias de la ciudad”, dice Restrepo. Durante algunos años, se ha iniciado una experiencia piloto en los barrios nacidos de migraciones forzadas para implementar proyectos urbanos integrales. La inmigración, aumentando en Colombia también debido a la crisis venezolana, no se puede resolver construyendo muros: “Tenemos la responsabilidad, continúa él, de establecer relaciones entre las ciudades para resolver este problema social que está atravesando nuestra sociedad”.

Pero no es solo una cuestión de planificación urbana, surgen otros desafíos para redescubrir el corazón de la ciudad y hacerla latir.

La experiencia que narra Danuta Kaminska es el vínculo entre el continente americano y Europa. Administradora pública del Consejo de la Silesia Superior, en Polonia, presenta historias comunes, pero al mismo tiempo extraordinarias, de la acogida por parte de los ciudadanos de Katowize para favorecer la inserción de inmigrantes, en su mayoría ucranianos. Sólo el año pasado alcanzaron la cifra de 700.000. “Para activar la co governance en nuestra ciudad, entendimos que hay que apoyar a los ciudadanos. Colaboramos con comunidades religiosas y organizaciones no gubernamentales para la integración, como el apoyo a las comunidades judías y musulmanas”. Katowize, dos millones de habitantes, ha sufrido un profundo cambio a lo largo de los años, se ha transformado de una ciudad industrial a sitio de la UNESCO y ha sido sede de la Conferencia de las Partes sobre el Clima de 2018 (COP24).

Si la ciudad es un espacio para la transformación, si la democracia debe ser fraterna, la participación y la espiritualidad deben ser alimentadas. Estamos hablando de administradores que son facilitadores de los procesos de toma de decisiones y Jo Spiegel, alcalde de Kingersheim, ciudadano francés de aproximadamente 13,000 habitantes, continúa gastando todas sus fuerzas para devolver a su ciudad un rostro multifacético donde pueden coexistir diferentes culturas y generaciones. “Hace veinte años, dice el alcalde, fundamos un ecosistema democrático participativo, dando vida a la ‘Casa de la Ciudadanía’, un lugar privilegiado donde se aprende a vivir juntos, ciudadanos y políticos”. Se completaron más de cuarenta proyectos, como la revisión del plan urbano local, la planificación del tiempo del niño, la creación de un lugar de culto musulmán. “La fraternidad no se delega, no se decreta. Está dentro de nosotros, está entre nosotros. Se construye”.

Patrizia Mazzola

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