A veces las relaciones más cercanas son las más difíciles. Es la experiencia de Miso Kuleif y su padre.

“Con mi padre siempre he tenido una relación difícil, ni yo ni el resto de la familia hemos logrado llevarnos bien con él y hemos sufrido mucho. Sin embargo, en un momento preciso de mi vida, hice un descubrimiento: él realmente me quería y yo también lo quería”. Así comienza Miso Kuleif, 24 años, nacida en Jordania, quien vive en Italia con su familia desde hace más de veinte años.

El padre de Miso ha tenido graves problemas de salud durante mucho tiempo, pero un giro se produce hace unos tres años cuando se entera de que tiene que hacer un trasplante de hígado con urgencia. Como en Jordania, a diferencia de Italia, es posible realizar este tipo de operación incluso con un donante vivo, el padre elige operarse en su tierra natal. “El problema, continúa Miso, era encontrar un donante y, por lo tanto, personas dispuestas a realizar controles de compatibilidad. Cuando lo supe, no lo pensé mucho. Me fui con él para someterme a los exámenes”.

“¿De dónde saqué fuerza? Vivir la espiritualidad de la unidad me ha ayudado, explica. Conocí a los Focolares en mi ciudad a través del Movimiento Diocesano, que lleva esta espiritualidad a muchas diócesis y parroquias, incluida la mía. En las reuniones muchas veces nos proponíamos amar como enseña el Evangelio, dispuestos a dar la vida los unos por los otros. Ahora no podía echarme atrás. Si tenemos la posibilidad de salvar una vida, debemos hacerlo”.

Miso deja Italia e interrumpe la Universidad sin saber cuándo podría regresar. Al llegar a Jordania, la experiencia es dura. “Estaba allí, sola, rodeada de una familia a la que no me parecía pertenecer. Si me hacían la cirugía, todas las personas que hubiese querido cerca no habrían estado conmigo”. Pero sigue adelante. Sin embargo, los resultados de las pruebas dicen que Miso no es compatible. Poco tiempo después, se encuentra un donante: es el hermano de su padre, el único que después de Miso aceptó hacerse los controles.

“Me tomó un tiempo asimilar esta experiencia. Gracias también a muchas personas del Movimiento que han estado cerca de mí, he logrado tomar conciencia de lo mucho que quiero a mi padre, aunque sea difícil admitirlo. Odiar a alguien es mucho más fácil, pero mucho más perjudicial. El problema real no era la situación en sí, sino el modo de afrontarla. Aprendí que siempre se puede ser feliz, que depende de nosotros. En el Evangelio leemos: “Han recibido gratuitamente, den gratuitamente”. Ahora me doy cuenta de la importancia de estas palabras. Si mi vida hubiera sido diferente, tal vez hubiera sido más simple, pero no sería lo que soy ahora”.

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