Cada pequeño gesto de amor, cada gentileza, cada sonrisa donada trasforma nuestra existencia en una continua y fecunda espera.

Coro de niños
En preparación a las fiestas navideñas fuimos a un hospital con un lindo grupo de niños para alegrar a Jesús presente en los pequeños internados con nuestros cantos. No nos permitieron entrar en su reparto, pero nos dieron permiso para presentarnos en la sala de entrada del hospital. Era sorprendente asistir a la metamorfosis de los visitantes: entraban con la cara seria y, en cuanto veían los rostros de los niños cantando, esbozaban una sonrisa. Después varios regresaron para escuchar junto con los pacientes que habían venido a visitar. Otros enfermos que no esperaban visitas pidieron que los llevaran a la sala grande para asistir a la presentación y muchos se unieron al coro.
También el personal del hospital disfrutó la insólita atmósfera. La dirección del hospital ya nos invitó para el próximo año, prometiendo que nos dejará entrar también en el reparto de los niños.
(N.L. – Holanda)

En la cocina
Soy el cocinero de la cocina de un asilo, y estaba completamente entregado a mi trabajo. Un día, mientras escuchaba a una empleada contar que para ella cada niño era un tesoro que había que proteger, me di cuenta de que yo realmente no pensaba en poner amor en todo lo que hacía. Ahora en cambio, al considerar que cada comida es el alimento de una persona que un día tendrá el mundo en sus manos, se ha vuelto un verdadero incentivo a la fantasía. Empecé a poner alguna decoración sorpresa en los platos, a presentar la comida en forma siempre nueva. La alegría y la sorpresa de los niños me han confirmado que nunca sabemos que puede nacer de un simple gesto de amor.
(K.J. – Corea)

El accidente
El trabajo en un centro para la recuperación de drogadictos se había vuelto alienante. Tomada por el sinnúmero de cosas que había que hacer, sentía cada vez más una sensación de vacío y a Dios cada vez más lejano. Una noche que llovía a cántaros el auto que me llevaba a casa derrapó, chocó con un muro y terminó en el carril contrario. Cuando llegué a emergencias, ver un crucifijo que colgaba del muro me dio ánimo. Mientras los médicos me atendían, sentí una paz sutil, como hacía tiempo no experimentaba. Por suerte, aparte de heridas y golpes de poca importancia, no tuve lesiones graves y después de poco tiempo me dieron de alta. Durante esas semanas, junto a la cama donde estaba inmóvil hubo un ir y venir de personas, entre llamadas telefónicas y regalos. Me impactaron las repetidas visitas de mis drogadictos: “Vas a salir adelante porque haces el bien”. También mis colegas estuvieron muy cerca de mí, evidentemente habíamos construido una relación sólida. Gracias a ese reposo forzado, volví a encontrar el gusto por la oración y me pareció entender que en ese momento Dios me había tomado con Él.
(Lucia – Italia)

Platos por lavar
Después de una fiesta que había organizado la parroquia para dar una comida caliente a los indigentes, me encontré en medio del desorden de los restos de comida, de las ollas y platos que había que lavar. En la cocina ya estaba el párroco recogiendo, feliz de la velada. Impresionado por una frase suya, “Todo es oración”, le pregunté: “¿También lavar los platos?”. Y él: “El tesoro más grande es comprender que todo tiene un inmenso valor porque detrás de esa olla hay un prójimo que necesita de mí”. Desde ese momento mi pesado trabajo como albañil, los hijos que tengo que llevar a la escuela, la lámpara que hay que arreglar… toda se ha convertido en una posibilidad para mí de sublimar cada acción y hacer que sea sagrada.
(G.F. – ltalia)

Recogido por Stefania Tanesini
(extraído de El Evangelio del día, Città Nuova, anno V, n.6,novembre-dicembre 2019)

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