La voluntad de Dios es la voz de Dios que nos habla siempre y nos invita; es la manera que Dios tiene para expresarnos su amor, un amor que pide una respuesta para que él pueda realizar sus maravillas en nuestra vida. 

La verdad que no pasa
Tras cuatro años en la India y 25 de vida sin escatimar nada estando al servicio del prójimo, con las “baterías” completamente descargadas, volví a Italia para tratar de recuperar una salud que temía estuviera completamente comprometida. Durante los largos meses de inactividad, de soledad (si bien estaba rodeado del amor de los compañeros de comunidad), fuera de la vida tan dinámica y rica de relaciones que mi temperamento extrovertido siempre me había hecho llevar, se dio –a nivel interior, existencial– algo muy importante y difícil de expresar con palabras: un retorno a mi elección original, a la comprensión de una verdad fundamental. Entendí lo siguiente: que todo es un don, es un regalo, que hay que agradecer a Dios por todo, pero dispuestos a perder, porque eso no es la verdad; la verdad que no pasa es otra, y es justamente la relación con él, el único ideal de siempre: Dios y basta. Contrariamente a lo que temía, recuperé la salud. Empezó así un nuevo período, en la alegría que había reencontrado de trabajar a su servicio.  Y al mismo tiempo comenzaba a custodiar en lo más profundo de mi ser la nueva unión con Dios, nacida de esa prueba.
(Silvio – Italia)

Yo había sido enfemera
Impresionada por el hecho que tantos médicos y enfermeros arriesgan y dan la vida, y como 30 años atrás yo había sido enfermera (después había cambiado de actividad) decidí inscribirme en un hospital como enfermera de reserva. Recientemente me han llamado para que dé mi ayuda en el sector de terapia intensiva una vez por semana. Es un reto enorme para mí (en estos 30 años muchas cosas han cambiado en lo que se refiere al equipamiento y atención hospitalaria),  pero la alegría de ser útil todavía es muy grande. La mayor recompensa que podría haber recibido fue cuando mis hijos, a quienes trato de no descuidar, dijeron que se sintieron orgullosos de mí.
(Martina – República Checa)

Esencialidad nueva
En el instituto para ancianos en donde presto servicio como animadora, mi relación con los internos se había vuelto afectiva. Saber adivinar cómo ayudar a un enfermo de Alzheimer o pacientes con otras patologías degenerativas hizo que mi servicio creara una verdadera red de relaciones intensas y vivas.  Luego, entró el Covid y uno tras otro se enfermaron todos. Para mí era desgarrador sentir que yo era el vínculo entre el paciente y el pariente sin poder hacer nada para llenar ese vacío. Tal vez por haber ayudado a una anciana muy enferma a hablar con sus seres queridos por celular, contraje el virus yo también. En mi soledad comprendí mejor aún la de mis ancianos y volví a descubrir el valor de la oración. Cuando recibía la noticia de la muerte de alguno de ellos, mi dolor aumentaba junto con el sentido de impotencia, pero también intensificaba la oración, generalmente no sola sino junto a quien se quedaba. La pandemia nos ha llevado a una esencialidad nueva, más allá de la que ya causa la enfermedad y la vejez.
(G.K. – Eslovaquia)

Recopilado por Lorenzo Russo

 

(extraído de  El Evangelio del Día, Città Nuova, año VII, número 3, mayo-junio 2021)

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