Ir al encuentro del prójimo, amarlo plenamente, muchas veces significa volver sobre nuestros pasos, aun cuando pensamos que nuestras razones merecen ser escuchadas. Significa guardar las armas y mostrar actos de amabilidad.

El regreso de papa
Por motivos de trabajo mi marido estuvo ausente una semana entera, así que me encontré cuidando a cuatro niños sola en casa tras el cierre de los colegios por el Covid-19. Descontenta, cavilaba: “¿Era correcto que él asumiera tantas tareas?”. Y dentro de mí estaba la ansiedad de desahogarme cuando regresara. En cierto momento, sin embargo, me di cuenta de que el menor de los niños estaba preparando cuidadosamente un dibujo para entregar a su padre a su regreso. Ese amable gesto me hizo reflexionar, fue un verdadero examen de conciencia para mí. “¿Y yo? ¿Qué bienvenida le daré? ¿Lo asaltaré con mis recriminaciones enumerando las cargas que he tenido que soportar?, me dije. Ese dibujo fue una oportunidad para cambiar de dirección y decidir -esta vez junto a los niños, entusiasmados con la idea- recibir a papá con una fiesta, preparando cosas ricas para comer y decorando las habitaciones. Cuando llegó mi esposo, quedó sorprendido. Cansado, pero feliz de estar en casa, comentó: “¡No sabes lo que significa para mí tener una familia así!”.
(MS – Hungría)

Restablecer relaciones
Hace años se rompió mi relación con un vecino. Mis esfuerzos por reconciliarme con él fueron inútiles. Recientemente, al ver el nombre de su santo en el calendario, se me ocurrió una idea. Pero antes, pues se había mudado, tuve que investigar un poco para localizarlo. En la mañana de su onomástico, me presenté en su casa con cierto temblor y una canasta de regalos. La esposa, que me acoge cordialmente, me dice: “¡Qué sorpresa! Disculpe, pero no la he reconocido”; y anuncia la llegada de su marido. Me preguntaba cómo reaccionaría. Pero nunca hubiera imaginado el gran abrazo con el que me recibió, repitiendo: “¡Qué regalo me ha hecho al venir a verme! He estado mal, pero sabe, ¡mucho depende de mí temperamento!”. En la sala de estar, entablamos una conversación cordial durante unas dos horas. Y al momento de despedirme me quiso ofrecer algunos productos de sus campos. Por este encuentro que nos dio alegría a ambos, agradecí a Dios: sólo él podría darme el coraje de atreverme y creer más en el bien que hay en lo profundo del corazón de cada hombre.
(E.B. – Italia)

Maria Grazia Berretta

(tomado de Il Vangelo del Giorno, Città Nuova, anno VIII, n.2, septiembre-octubre 2022)

 

3 Comments

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *