Mons. Carlo de Ferrari, en aquel entonces arzobispo de Trento, fue el encargado de evaluar y de aprobar primeramente, a nivel diocesano, el Movimiento de los Focolares. El título del reciente volumen publicado por la Editorial Città Nuova “Aquí está el dedo de Dios”, evoca una expresión suya con respecto a la experiencia evangélica que se generaba alrededor de Chiara Lubich. Estamos en los inicios de 1951 y, en la Iglesia, no todos pensaban como el arzobispo de Trento. Al contrario, por parte de algunos eclesiásticos hay muchas perplejidades: una mujer joven, laica, seguida por religiosos, sacerdotes, laicos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, en tiempos preconciliares, es motivo de sospecha. La prudencia sugiere alejarla y, en su lugar, encargar quizás a un sacerdote. En este contexto se inserta la relación decisiva de Chiara con su obispo. Tiene fecha del 5 de enero de 1951 la carta que escribe desde Roma, donde está viviendo, a Mons. Carlo de Ferrari. La misiva trasluce con fuerza el momento de prueba que atraviesa el Movimiento naciente y ella personalmente. Pero también, la actitud filial y obediente de Chiara hacia quien le representa la Iglesia, y su pleno abandono a los planes de Dios. La carta introduce el volumen apenas publicado. «Excelencia Reverendísima: Es verdad: la cruz fue pesada y lo es aún, y en estos días comprendí a Jesús “caído” bajo el peso de la cruz. Sin embargo, Excelencia, soy feliz, feliz. De Jesús he recibido la gracia de estar preparada para cualquier decisión que la Iglesia tome. No sólo: sino para dejar a “mis” (por algún tiempo puedo decir todavía esto) cincuenta focolarinos y focolarinas en una unidad tan perfecta, como para poder proseguir su camino sin que nadie se dé cuenta de un posible cambio. Soy feliz, Excelencia, por poder donar a Dios todo lo que Él, en el campo sobrenatural, ha obrado a través de mí. Le aseguro que, cualquier cosa suceda, Usted me encontrará siempre fiel a mi Jesús Abandonado y totalmente obediente a la Iglesia. He llegado hasta este punto porque, por mi parte, nunca he querido romper la unidad con la Iglesia, o mejor dicho, con quien me la representaba. Si no hubiese actuado de este modo, quizás la Obra no existiría. Pero Dios me dio la resistencia hasta lo inverosímil. Ahora la Obra existe y no morirá. Que sea una obra de Dios, lo demostrará, quizás, el hecho de que yo deba alejarme de ella. Si debo testimoniarlo anulándome, después de haberlo testimoniado con la unidad, soy feliz. El punto culminante de la vida de amor de Jesús fue la muerte: y nadie tiene un amor más grande de aquél que da la vida por sus amigos. Usted, Padre, fue verdaderamente un Padre y me mostró (lo que creía sólo por fe) que la Iglesia es Madre. Yo le consideraré siempre como un Padre, cualquiera que sea la Voluntad de Dios sobre mí. Nadie puede prohibirme que le obedezca, o sea, que obedezca a la Iglesia. Lo que importa para hacerse santos es obedecer: ser uno. Poco importa que nos ordenen hacer o no hacer, de un modo o de otro. ¿Verdad, Padre? Padre Tomasi es un santo varón. Sufre muchísimo en estos días y no come. Sufre por mí… Yo nunca habría pensado que en él albergaran estos sentimientos. Pero Usted no se preocupe, Excelencia, porque nosotros lo sostenemos y yo en su presencia río siempre. No sé decirle, a fin de cuentas, más que una sola cosa: soy muy, muy, inmensamente, feliz. Puedo asegurarle que Jesús Abandonado me sostendrá siempre. Por lo demás: “Dichosos cuando les separen y, mintiendo, digan todo género de mal contra ustedes, por mi causa. Regocíjense y alégrense, porque la recompensa de ustedes en los Cielos es grande.” Bendígame siempre, su hija Chiara». De “Qui c’è il dito di Dio”, Ed. Città Nuova, Roma 2017.
Hacer sentir la cercanía
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