“Madonna della bella-accoglienza” © Centro Ave Ceramica
«En un año dedicado a María tendríamos que encontrar la manera de honrar a la Madre de Dios, y hacerlo del mejor modo posible. No todos los modos de honrarla son iguales. Podemos hacerlo hablando de Ella, alabándola, rezándole, visitándola en las iglesias dedicadas a Ella; pintándola, esculpiéndola, cantándole himnos, adornando sus imágenes con flores… Hay muchas maneras de honrar a María. Pero existe una que supera a todas las demás: es imitarla, comportándonos como si fuéramos otra Ella en la Tierra. Creo que ésta es la manera que más le agrada, porque le da la posibilidad de volver, en cierta forma, a la Tierra. Nosotros, sin excluir todas las demás posibilidades que tenemos de honrar a María, tenemos que practicar ésta. Imitarla. Pero ¿cómo imitarla? ¿Qué imitar de Ella? Imitarla en lo que es esencial. Ella es Madre, madre de Jesús y espiritualmente madre nuestra: Jesús nos la dio como tal en la cruz, en la persona de Juan. Tenemos que ser otra María, en su ser madre. Debemos, prácticamente, formular este propósito: durante el Año Mariano me comportaré con todos los prójimos que trate, o por los que trabaje, como si fuese su madre. Haciendo esto, se realizará en nosotros una conversión, una revolución. Y no sólo porque a veces haremos de madre quizás con nuestra madre o con nuestro padre, sino porque asumiremos una actitud particular, específica. Una madre acoge siempre, ayuda siempre, espera siempre, lo cubre todo. Una madre perdona cualquier cosa a su hijo, aunque fuese un delincuente, un terrorista. De hecho, el amor de una madre es muy parecido a la caridad de Cristo de la que habla Pablo. Si nosotros tenemos el corazón de una madre o, para ser más exactos, si nos proponemos tener el corazón de la Madre por excelencia: María, estaremos siempre dispuestos a amar a los demás en todas las circunstancias y, por tanto, a mantener vivo en nosotros al Resucitado. Pero también pondremos de nuestra parte todo lo que se nos exija para mantener presente a Jesús, el Resucitado, en medio de nosotros. Si tenemos el corazón de esta Madre, amaremos a todos y no sólo a los miembros de nuestra Iglesia, sino también a los de las demás; no sólo a los cristianos, sino también a los musulmanes, a los budistas, a los hindúes, etc.; también a los hombres de buena voluntad y a todo hombre que habita en la Tierra. Sí, porque la maternidad de María es universal (Cf. LG 79), como lo fue la Redención. Aunque a veces Ella no sea correspondida, ama siempre, ama a todos. Éste es, pues, nuestro propósito: vivir como María, como si fuésemos madres de todos los hombres». De CHIARA LUBICH – Buscando las cosas de arriba – Ciudad Nueva 1993 págs. 43-45
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