Mayo  2021

«Dios es amor»: es la definición más luminosa de Dios, que aparece en la Escritura solo dos veces, y precisamente en este texto: una carta –o quizá una exhortación– que resuena en el cuarto Evangelio. De hecho el autor es un discípulo que testimonia la tradición espiritual del apóstol Juan. Escribe a una comunidad cristiana del siglo I que, desgraciadamente, estaba pasando por una de las pruebas más dolorosas: la discordia, la división, tanto en el plano de la fe como del testimonio.

Dios es amor. Él vive en sí mismo la plenitud de la comunión como Trinidad, y rebosa este amor sobre sus criaturas. A cuantos lo acogen, les da el poder de convertirse en hijos suyos (cf. Jn 1, 12; 1 Jn 3, 1), con su mismo ADN, capaces de amar. Y su amor es gratuito, libera de todo temor y vacilación (cf. 1 Jn 4, 18).

Luego, para que se realice la promesa de la comunión recíproca –nosotros en Dios y Dios en nosotros– hace falta «permanecer» en este mismo amor activo, dinámico, creativo. Por eso los discípulos de Jesús están llamados a amarse unos a otros, a dar la vida, a compartir sus bienes con cualquiera que lo necesite. Con este amor la comunidad permanece unida, profética y fiel.

«Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él».

Es un anuncio fuerte y claro también hoy para nosotros, que a veces nos senti - mos arrollados por eventos imprevisibles y difíciles de controlar, como la pan- demia u otras tragedias personales o colectivas. Nos sentimos perdidos y asus- tados, y es fuerte la tentación de cerrarnos en nosotros mismos y levantar muros para protegernos de quienes parecen amenazar nuestra seguridad, en lugar de construir puentes para encontrarnos.

¿Cómo es posible continuar creyendo en el amor de Dios en estas circunstan- cias? ¿Es posible seguir amando?

Josiane, libanesa, estaba lejos de su país cuando se enteró de la terrible ex- plosión en el puerto de Beirut en agosto de 2020. A quienes, como ella, viven la Palabra de vida, les dice: «En el corazón sentí dolor, ira, angustia, tristeza, desconcierto. Me asaltó fuertemente la pregunta: ¿no es suficiente con todo lo que Líbano ha vivido hasta ahora? Pensaba en ese barrio arrasado, en el que nací y viví; donde parientes y amigos ahora estaban muertos, heridos o desalo- jados; donde edificios, escuelas y hospitales que conozco muy bien habían quedado destruidos. Procuré “estar cerca” de mi madre y mis hermanos, re- sponder a muchísimos mensajes de tantas personas que expresaban apoyo, afecto y oración, escuchando a todos en medio de esta herida profunda que se había abierto. Quería creer y CREO que estos encuentros con quienes sufren son una llamada a responder con el amor que Dios ha depositado en nuestros cora- zones. Más allá de las lágrimas, descubrí una luz en muchos libaneses, muchos de ellos jóvenes, que se pusieron de nuevo en pie, a mirar alrededor y a socor- rer a quienes lo necesitaban. Y me renació la esperanza al ver a jóvenes dis- puestos incluso a comprometerse seriamente en política, convencidos de que la solución pasa por el camino del diálogo verdadero, de la concordia, del des- cubrirnos hermanos, porque lo somos».

«Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él».

Una preciosa sugerencia para vivir esta Palabra del Evangelio nos la ofrece Chiara Lubich: «Ya no se puede separar la cruz de la gloria; no se puede sepa- rar al Crucificado del Resucitado. Son dos aspectos del mismo misterio de Dios, que es Amor. […] Una vez hecho el ofrecimiento, procuremos no pensar más en ello, sino cumplir lo que Dios quiere de nosotros allí donde estamos […]. Pro- curemos sobre todo amar a los demás, al prójimo que tenemos al lado. Si lo hacemos, podremos experimentar un efecto insólito e inesperado: nuestra alma se inundará de paz, de amor, de alegría pura, de luz. […] Y, ricos de esta experiencia, podremos ayudar más eficazmente a todos nuestros hermanos a encontrar la bienaventuranza entre las lágrimas, a transformar en serenidad lo que les preocupa. Así seremos instrumentos de alegría para muchos; de felici- dad, de esa felicidad que todo corazón humano ambiciona» [1].

Letizia Magri

[1] C. LUBICH, Palabra de vida de enero de 1984, en EAD., Palabras de vida/1 (ed. F. Ciardi), Ciudad Nueva, Madrid 2020, pp. 292-294.

 

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«Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4, 16).

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