Un reconocimiento a mujeres y hombres comprometidos en cambiar el mundo y que, con su vida, se convierten en testigos para muchos: este es el significado del premio «Fuego Interior«, instituido por la Arquidiócesis de Milán y de Elikya, asociación de promoción social que desde 2012 trabaja en diversos ámbitos de la sociedad civil y religiosa. Entre los galardonados de este año figura Margaret Karram, presidenta del Movimiento de los Focolares. A continuación, el mensaje que envió con motivo de la entrega del premio.

A todos los que han intervenido en esta ceremonia de premiación, les envío un saludo muy afectuoso y fraterno.
[…]
En primer lugar, quiero expresarle mi gratitud a Su Excelencia Mons. Mario Delpini, cuyas palabras han inspirado esta importante iniciativa, y a la asociación Elikya, que hace concreto el espíritu de fraternidad, la inclusión y atención a los más débiles, el cual subyace en sus actividades.
Les confieso que, si es cierto que la concesión de este premio me sorprendió, también suscitó en mí una profunda reflexión y una mirada al «hilo de oro» que sigue tejiendo mi vida. Me pregunté: ¿cuál fue la chispa que encendió el «primer fuego» en mí?

Diría que la primera «llama» la pusieron en mi corazón mis padres. Nací en Haifa, Israel, en el seno de una familia cristiana muy unida, de ascendencia palestina, que siempre me impulsó no solo a aceptar a los demás, sino a amarlos en sentido evangélico, y que puso en mi corazón una fe muy profunda que hasta el día de hoy nunca se ha desvanecido; la fe en que un día la humanidad será una familia de pueblos unidos.
Desde pequeña yo me decía que, cuando fuera mayor quería hacer algo para construir la paz, para combatir la injusticia. Cuando, a los 14 años, conocí la espiritualidad de la unidad, Chiara Lubich ‒la fundadora del Movimiento de los Focolares‒ me transmitió su propia pasión por la oración de Jesús: «Que todos sean uno», descubriendo en las palabras del Evangelio no solo una dimensión espiritual, sino también una dimensión social. Entendí que podía amar a todos, palestinos e israelíes, respetando su historia, sobre todo haciendo mío su dolor y creando espacios de diálogo y de confianza mutua para tender puentes.

Sentía crecer cada vez más en mí la pasión por la fraternidad, y había encontrado el centro de mi vida en Dios, en su amor y en su paz, que quería llevar a todos.
Y la paz es precisamente como el fuego: hay que alimentarla para que siga «ardiendo», y esto requiere sacrificio, exige sobre todo saber perdonar. Creo profundamente en este gesto que en primer lugar vivió Jesús y que obra verdaderos milagros; los he visto con mis propios ojos, pero requiere un paso por nuestra parte; a menudo el primer paso, y no es fácil.

Les cuento un hecho. Durante 24 años viví y trabajé en Jerusalén. Nuestra comunidad, el focolar, estaba en un barrio judío. Una vecina de casa nos invitó a tomar un café y en la conversación le mencioné que yo era árabe. Ella se detuvo y me dijo: “No es posible…, nunca he dejado entrar a ningún árabe en mi casa (si ustedes han visto las noticias de estos últimos días entenderán porqué…). Yo habría querido irme, pero sentí que aquella podía ser una oportunidad única para construir una relación. Me dijo que nunca había pensado en nosotros, los árabes, como personas. Tenía una imagen muy negativa del pueblo árabe, como si todos fueran terroristas. Una imagen que gracias a nuestro encuentro cambió en ella, porque desde entonces nos hicimos buenas amigas.

Por lo tanto, mi experiencia es que posicionarse en una óptica de diálogo puede decidir incluso entre la paz o la guerra; y en este diálogo incansable animado por el espíritu del Evangelio, depongo toda esperanza para mi tierra ‒la Tierra Santa‒ e igualmente para todos los pueblos que viven situaciones de guerra y violencia.

Pero, ¿qué «fuego» es el que ahora arde en mí y que quisiera compartir con ustedes? Es muy fuerte dentro de mí el anhelo de vivir por la paz y la justicia, y de transmitir esta pasión a todos los que encuentro cada día. Me gustaría concluir con un fragmento que en este periodo me cuestiona y me ilumina, se lo leo: Primero tengo que edificar la paz en mi interior… Tengo que evitar actuar bajo la primera impresión o el primer impulso, aunque la razón que me mueva me parezca muy buena, muy justa y muy verdadera…
Una vez que tengo la paz en mí, tengo que transmitir la paz al prójimo… Estar atenta con lo que hago y digo para no herir, ni chocar. Habla y actuar con dulzura, con tranquilidad. Sentir, considerar, comprender a la persona que está a mi lado, antes y por encima de lo que me interesa. Los artífices de paz son precisamente los que restablecen y mantienen la unidad… Los pacíficos se parecen a Jesús; por eso, serán llamados hijos de Dios (cf. Mt 5,9).

Y con este deseo de ser «artífices de paz», portadores del fuego de la unidad, los saludo y les agradezco una vez más que me hayan honrado con este premio, que acepto no sólo en mi nombre, sino en el del Movimiento que represento.

¡Muchas gracias de nuevo!

Margaret Karram
(foto: © CSC Audiovisivi – Laura Torelli)

Premio Fuego Interior: una chispa que cambia el mundo

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