En la isla de Santa Teresina «Cuando se vive en una situación de miseria extrema, o se cae en la inercia, o se toma otra alternativa, pues existe sólo la violencia. Pero, por el carisma de la unidad comprendí que podía ser un agente de transformación social en mi ambiente: buscar trabajo para los habitantes, ayudar a reconstruir un mocambo, trabajar para que todas las familias tengan agua potable. Dos años más tarde fui elegido presidente de la Asociación de los habitantes de Santa Teresina. Le di continuidad al trabajo de mis antecesores, me ocupé de la transparencia de la gestión pública, haciendo comprender también que si cada uno ayudaba al otro, Dios nos habría ayudado a todos» (J. – Brasil) Cobrador de impuestos «Trabajo como cobrador de impuestos, un trabajo difícil que trato de llevar adelante como un servicio al país. Trato de servir a Jesús en cada persona, creando una relación con cada uno. Hace algunos años fui designado para el Departamento de Investigación y Ejecución. En la práctica, tengo que convencer, al que no está al día, de que pague los impuestos para que no sea sancionado. Ésto es bastante difícil y exige una gran dosis de paciencia. Poco a poco me he ido ganando el respeto de las personas con las que trato, muchas de ellas se han dado cuenta de la necesidad y de los beneficios de estar al día». (A.N. – Kenia) Solidaridad contagiosa «Hace algunos años, una amiga que es asistente social, nos había pedido que alojáramos durante una semana a una joven de diecisiete años casi ciega, que, por varios motivos, no podía quedarse en el Instituto ni volver a la casa de su familia. Después de haber hablado con los hijos, ya adolescentes, decidimos de común acuerdo decir que sí, aunque esta elección significaba algunos sacrificios para cada uno: la casa era ya pequeña para los 4 hijos estudiantes que tenían necesidad de más espacio. Miriam vino a nuestra casa y, ayudada por todos, se integró tan bien que nos ayudó a preparar el cumpleaños de uno de mis hijos que se festejaba en esos días. Ocurrió que en lugar de una semana de alojamiento, fueron tres semanas. La recordamos como un momento fuerte de la familia. Esa experiencia de acogida resultó eficaz años después. Nuestra hija, casada y madre de dos hijos, alojó a un niño desadaptado que, en Pascua, habría quedado sólo en el Instituto. Otro de nuestros hijos, también casado y con tres hijos, recibió para almorzar en Navidad, además de la suegra, una persona enferma mental. La solidaridad es contagiosa». (H.G. Austria)
¡Alegría!
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