Una nueva vida «Trabajo como médico en emergencias. Una mañana fui llamado para socorrer a un anciano que se había sentido mal. Vivía en medio de un gran desorden, estaba destruido por el dolor por la muerte de su único hijo, que había ocurrido en circunstancias misteriosas. Después de un momento de desorientación (por los documentos me había dado cuenta de que me encontraba ante una persona que, durante el régimen comunista, había hecho mucho daño a la gente), aparté de mí todo tipo de prejuicio y me esforcé en ayudar a este hombre que sufría y que necesitaba principalmente afecto. Más allá de todo, ahora para mí él era un prójimo que Jesús me pedía que amara. En el hospital, donde fui a visitarlo varias veces, a menudo me contaba sobre su pasado. Algunas veces me resultaba difícil escucharlo, pero cuando pude hablarle de mi fe, vi que en ese hombre se encendía una esperanza: parecía que nacía a una nueva vida» (M. U. – República Checa) El soborno «Soy responsable del sector ventas de una empresa. En una ocasión presentamos una licitación para obtener el contrato de una importante proveeduría y poseíamos toda la documentación para ganarla: el proyecto, el precio conveniente… Pero para obtener el contrato teníamos que pagar un soborno. Con un colega, cristiano como yo, decidimos no continuar con ese intento, a costa de perder un notable porcentaje de las ventas del mes. El mes siguiente sin embargo, las ventas superaron las proyecciones del balance y cubrieron el déficit precedente: para nosotros fue la confirmación de que siempre conviene confiar en Dios» (J. P. – Panamá) Una traducción «Tenía que terminar para hoy la traducción de una conferencia para un congreso. Ocurrió que me llamó por teléfono un amigo para decirme que tenía urgencia de que lo ayudara en la traducción de una carta. Como él recién había ingresado en ese trabajo, hacer bien esa traducción era algo muy importante para él. Le dije que lo iba a ayudar. Cuando recibí la carta, me di cuenta de que había algunos términos técnicos que resultaban difíciles también para mí, que no pertenecía a su sector. Sólo con la ayuda de Internet y varias llamadas telefónicas a especialistas logré terminar la traducción de la carta. Apesar de que me había atrasado en mi trabajo, estaba tranquilo por haber ayudado a mi amigo. En ese momento llamé a la sociedad que me había confiado el trabajo para explicar que enviaría la traducción al día siguiente, pensando que me quedaría trabajando toda la noche. La respuesta fue: “Puedes dormir tranquilo. Esa intervención fue cambiada de fecha”» (T. M. – Eslovaquia)
Confiar en Dios
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