
Cochabamba
La parada que hará Francisco en la autopista de La Paz para hacerle el homenaje a Luis Espinal, contiene para mí un significado muy particular. Para empezar, yo viví mi infancia en Achachicala, allí donde miembros de una dictadura militar torturaron y mataron a Lucho. El frío y la pobreza eran los denominadores comunes en ese barrio, aunque se sentía menos hambre con el calor de los amigos. Allí aprendí la solidaridad, el valor de la amistad, la entrega de las madres por el bien de sus hijos… allí aprendí también que la pobreza no viene sola, siempre está acompañada de violencia, ignorancia, alcohol, y otras viejas brujas. Mi padre fue dirigente de los fabriles en la época del gobierno militar García Meza y por la bendición de Dios no estaba en la casa cuando los paramilitares fueron a buscarlo. La generación de mi padre, que es la de Lucho Espinal, creyó en una Bolivia distinta, en un país de libertades, ellos soñaron mejores oportunidades para nosotros, sus hijos, y por ello entregaron sus vidas. Francisco hará un homenaje no solo a Lucho, sino también a todos esos constructores de libertad. Pero también nos llamará a seguir soñando el futuro de nuestros hijos, a dejarles un país cada vez mejor, a jugarnos la vida por la libertad y la justicia que son preludios del Reino. La participación de Francisco en el encuentro de Movimientos Sociales, también me parece profética, como toda su visita. Los movimientos sociales son por definición asistémicos, es decir, que no están de la mano con partidos políticos y ni siquiera tienen alternativas claras para construir una nueva sociedad. Los movimientos sociales son contestatarios porque sus integrantes están viviendo las injusticias del sistema, por ello su lema es “Otro mundo es posible”. Creo que Francisco les dará el mensaje de no venderse a los colores políticos y de seguir trabajando por ellos mismos y sus familias y por las familias del mundo que sufren injusticia. Que sigan soñando un mundo mejor para todos, un mundo en el que se respeten todas las creencias, en el que el diálogo sea el signo de la paz, que vayan proponiendo alternativas de desarrollo, que recuperen los conocimientos ancestrales válidos en un mundo tecnificado. Creo que es el momento en el que Francisco levantará la bandera de la interculturalidad para construir la unidad, en Bolivia y en todo el continente. Finalmente, y no menos importante, me parece el encuentro con los obispos y con los religiosos. Creo que será una especie de envíopara que religiosos y religiosas y todos los evangelizadores transmitan la alegría del evangelio, trabajando en un contexto que exige a gritos justicia y libertad».




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