1956: Igino Giorani (a la izquierda) con Chiara Lubich en Fiera di Primiero
Hemos encontrado estos apuntes en el diario personal de Giordani: “17 septiembre 1948. Esta mañana, en Montecitorio, he sido llamado por ángeles: un fraile capuchino, un menor, un conventual, un terciario y una terciaria,
Silvia Lubig (¡chic!), quien está iniciando una comunidad en Trento. Ella ha hablado como una santa inspirada por el Espíritu Santo”. Él mismo cuenta lo que sucedió.
«Un día insistieron para que escuchara a una apóstol – como la definían – de la unidad. Fue en septiembre de 1948. Hice gala de la cortesía del diputado frente a posibles electores cuando vinieron a Montecitorio algunos religiosos, representantes de las diferentes familias franciscanas, y una señorita, y un joven laico. Ver unidos y en armonía a un conventual, a un menor, a un capuchino y a un terciario y a una terciaria de san Francisco, ya me pareció un milagro de la unidad y se lo dije.
La señorita habló; estaba seguro de que iba a escuchar a una sentimental propagandista de una cierta utopía asistencial. Y en cambio, desde sus primeras palabras, advertí algo nuevo. Cuando, después de media hora, acabó de hablar, yo me sentía arrebatado en una atmósfera encantada: hubiera deseado que aquella voz continuara hablando.
Era la voz que, sin darme cuenta de ello, había esperado. Ella ponía la santidad al alcance de todos; hacía desaparecer las vallas que separaban el mundo laical y la vida mística. Ponía ante los ojos de todos los tesoros de un castillo al que sólo algunos estaban admitidos.
Acercaba a Dios: lo hacía sentir Padre, hermano, amigo, presente en la humanidad. Quise ir a fondo y, después de que me puse al corriente sobre la vida del Focolar de la unidad – como entonces se llamaba – reconocí en aquella experiencia la actuación del ardiente deseo de San Juan Crisóstomo: que los laicos vivieran como los monjes, menos el celibato. Yo había cultivado mucho, dentro de mí, aquel deseo. Sucedió que la idea de Dios había dejado el lugar al amor de Dios, la imagen ideal, al Dios vivo.
En Chiara no había encontrado a una mujer que hablaba de Dios, sino a una que hablaba con Dios: la hija que, en el amor, dialogaba con el Padre. Si examinaba la cuestión de forma crítica, llegaba a la conclusión de que no había descubierto nada nuevo. En el sistema de vida que se estaba abriendo ante mi alma, encontraba de nuevo los nombres, las figuras, las doctrinas que había amado hasta entonces. Mis estudios, mis ideales, los mismos acontecimientos de mi vida me parecían indicar esta meta. Nada nuevo y, sin embargo, todo nuevo: los elementos de mi formación cultural y espiritual se iban disponiendo según el designio de Dios. Se ponían en su justo lugar.
Todo antiguo y todo nuevo. Se había encontrado la llave del misterio, es decir, se había cedido el lugar al amor que, muy a menudo, se había quedado encerrado y éste prorrumpía y, como una llama, dilatándose, crecía hasta hacerse un incendio.
Renacía una santidad colectiva, socializada (para usar dos vocablos que más tarde el Concilio Vaticano II haría populares) liberada del individualismo que obligaba a cada uno a santificarse para sí mismo, cultivando meticulosamente, con análisis sin fin, la propia alma, en lugar de perderla. Una piedad,
una vida interior, que salía de los atrios de las casas religiosas, de un cierto exclusivismo de castas privilegiadas y se proyectaba a las plazas, en los talleres y en las oficinas, en las casas y en los campos, así como en los conventos, pues por todas partes, encontrándose con hombres, se encontraban candidatos a la perfección.
Y para vivir esta nueva vida, para nacer en Dios, no tenía que renunciar a mis doctrinas: sólo tenía que sumergirlas en la llama de la caridad, para que se vivificaran. Por medio del hermano, empecé a vivir a Dios. La existencia se convirtió en toda una aventura, conscientemente vivida en unión con el Creador, que es la vida. María resplandeció con una belleza nueva; los santos entraron a formar parte de los familiares; el paraíso se convirtió en la casa común.
Éste fue el descubrimiento, ésta fue la experiencia. Me hizo un hombre nuevo».
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