Aletta (la segunda a la derecha) con Chiara Lubich (la primera a la izquierda)
Nacida en Martignano (Trento) el 27 de noviembre de1924,
Vittoria Salizzoni, se trasladó con su familia por un período a Francia. Con sólo trece años advierte el llamado de Dios: un guiño interior que por el momento trata de desatender.
A los 21 años conoce a Chiara Lubich y queda fascinada por la novedad de vida que ella trae.
No tiene dudas: el camino para responder al “llamado”, sentido cuando era una chica, es el
focolar.
Aletta –“Alita”- (así la llama Chiara invitándola a alzar el vuelo sin mirar atrás), durante veinte años vive cerca de ella el descubrimiento y la definición de los lineamientos del Carisma que el Espíritu Santo iba revelando. Entre ellos, además de la específica
espiritualidad de la unidad que lo caracteriza, están los principales
aspectos concretos de la vida cristiana. Uno de ellos, se adapta especialmente a la personalidad de Aletta. Es
el cuidado de la salud y la salvaguarda del ambiente. Un aspecto que Chiara misma le explicó un día:
«Es toda la humanidad de Jesús; la vida de Jesús en cuanto hombre. Jesús nacido de una mujer, tuvo frío, hambre, lloró, conoció el afecto humano… Dio de comer a los hambrientos, multiplicó los panes y los peces, curó a muchos enfermos, salvó las almas. Pero sobre todo sintió un gran amor por el ser humano y su sufrimiento… El sufrimiento, la muerte, la resurrección son también expresiones de este aspecto». En los años ‘60 -’70 Chiara le pide que vaya a abrir el focolar de Estambul, donde Aletta mantiene numerosos y profundos contactos con el
Patriarca Atenágoras I. En distintas ocasiones tiene la posibilidad de acompañar a Chiara en sus visitas al Patriarca. Durante su permanencia en estas tierras, Aletta descubre la belleza de la Iglesia ortodoxa y de las Iglesias de Oriente, en las cuales se subraya la verdad de la vida, exaltando el amor. Las relaciones establecidas por ella son la premisa de un diálogo fecundo que se mantiene todavía con el actual Patriarca ecuménico, Bartolomé I.
Después de la muerte de Atenágoras, Aletta se traslada a Líbano. Son años atormentados por la guerra civil que, por los continuos bombardeos, repite las lecciones de los primeros tiempos en Trento: “todo cae, sólo Dios permanece”. Comparte con la gente del lugar la precariedad y el peligro de esos largos años de guerra, sosteniendo, consolando, infundiendo esperanza. Las dificultades y peligros no impiden la difusión del carisma de la unidad, no sólo en Líbano sino en todo el Medio Oriente, que Aletta visita periódicamente. En 1990 regresa a Roma para quedarse.
«En los primeros años de Plaza Capuchinos –
cuenta Palmira, también ella del primer grupo de focolarinas de Trento–
íbamos con Aletta a los valles a visitar a las primeras comunidades que se estaban formando. Era como un ángel, se entiende porqué Chiara enseguida la llamó Aletta. Fue como el ala de un ángel para Chiara y para todos nosotros, en estos 70 años de vida de focolar. Hablaba poco, pero lo que decía ponía a todos en lo esencial. Lo que la caracterizaba era la sencillez, una serenidad innata; un equilibrio psicofísico envidiable». Diez días antes de su fallecimiento,
Aletta grabó un video-mensaje para los jóvenes del Movimiento, los gen, reunidos en un Congreso:
«Quiero saludar a todos los gen del mundo en el 50° de vida (de su Movimiento).
Vayan adelante, son jóvenes, todavía tienen fuerzas, ¡pueden hacer lo que quieran!». La presidente de los Focolares,
María Voce, al hacer el anuncio al Movimiento en el mundo del fallecimiento de Aletta, escribió: «
Acompañamos en la alegría y con inmensa gratitud el regreso de Aletta a la casa del Padre. No podíamos tener un modelo mejor de quien como ella que dio la vida sin reservas». A cargo de Anna Friso
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