E. : Crecí en un pequeño pueblo sólo de católicos. Me di cuenta de la división entre las confesiones en el momento de proseguir los estudios para poder dar clases en la escuela. Vivía en Norimberg donde había una universidad evangélica de Pedagogía. Las escuelas entonces estaban rígidamente divididas en católicas y evangélicas. Para no correr el riesgo de no encontrar nunca un trabajo, tuve que buscarme una universidad católica y transferirme a Eichstätt.

P. : Transcurrí mi juventud en Ochsenfurt en el Meno. Nosotros evangélicos vivíamos en la diáspora. No teníamos ningún contacto con la parroquia católica. A finales de los años ’60 frecuenté en Munich un curso de especialización para escuelas diferenciales.

E. : También yo formaba parte del mismo curso y allí nos conocimos y empezamos a frecuentarnos. En un primer momento dejamos de lado la idea de formar una familia.  Entonces nuestras dos Iglesias ponían en guardia contra los así llamados matrimonios “mixtos”.

Por una coincidencia recibí de una amiga una invitación para un viaje a Roma.  Lo leí superficialmente, pensando en un paseo turístico, decidí formar parte.  Me encontré en un encuentro ecuménico del “Centro Uno” del Movimiento de los Focolares, del cual no conocía nada.  Al inicio no estaba para nada entusiasmada, pero después me fascinó la explicación hecha por Chiara Lubich de las palabras de Jesús del Evangelio de Mateo:  “Donde dos o tres se reúnen en Mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18, 20).  No se decía: “Donde dos o más católicos…”, ni tampoco “Donde dos o más evangélicos…”, sino “Donde dos o tres reunidos en Mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.  Al encuentro siguiente invité también a mi amigo.

 

P. : Encontramos el valor para formar juntos una familia.  Me propuse amar a la Iglesia de mi esposa como a la mía.  Naturalmente también yo tenía dificultades para aceptar formas de piedad típicamente católicas, como cuando nuestras hijas formaron parte con orgullo, todas vestidas de blanco, de la procesión del “Corpus Domini”. También yo fui, pero sólo por amor a mi familia.

E. : Para mí era nuevo e insólito que él leyera todos los días una parte de la Biblia, según su tradición evangélica.  Por poco tiempo lo dejé solo, después –al inicio sólo por amor a él- lo acompañé.  Hoy día no podría no hacerlo.  Desde cuando hicimos nuestra la meditación de Chiara Lubich sobre Jesús en medio, concluimos con la promesa común de hacer de todo para que Él esté presente entre nosotros.  A pesar de nuestros errores, límites y debilidades, tratamos de permanecer en el amor recíproco y de recomenzar siempre.

(E. e P. – Alemania)

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