El programa es comprometedor: la “conquista” de la ciudad. Desde hace algunos años los Muchachos por la Unidad, han decidido arremangarse las mangas, en sus propias ciudades, donde, como sabemos, se juega el reto de la convivencia humana.

El lema está hecho con dos palabras en una: “ColoreAmos”. El campo de acción mantiene una preferencia: los rincones más grises de ciudades y pueblos.  El objetivo: colorear con la fantasía del amor, en los cinco continentes, con un método que se expresa con el lema think globally, act locally ya que precisamente es lo que hace, pensar globalmente y actuar localmente, como exige la sociedad de hoy.

En Milán los muchachos ponen en la mira un campo Rom . En Ruanda los objetivos son un instituto para niños huérfanos, el reparto de pediatría de un hospital, los enfermos de SIDA. En California, en una escuela donde hay un clima muy racista, fundan un club para difundir la cultura del respeto de la diversidad. En India, juntos, muchachos cristianos e hindúes ayudan a sus coetáneos con discapacidades.

Pero pongamos el lente en lo ocurrido a un grupo de muchachos de África que decidieron ir a visitar a las detenidas en la cárcel de Iringa, en Tanzania:

«La primera dificultad era convencer a los vigilantes de que nos dejaran entrar. La segunda era lograr llevar los regalos que habíamos puesto en común: fruta, sal, jabón… pero también la ‘Palabra de Vida”, nuestras experiencias y canciones. Caminamos tres kilómetros antes de llegar frente a los militares que custodiaban la entrada. Estaban armados y en sus rostros ¡ni la sombra de una sonrisa!  Recordándonos de que también en ellos debíamos reconocer el rostro de Jesús los saludamos, sonriendo nosotros primero. “¡No todos pueden entrar! Y los que elegiremos de entre ustedes, de todas formas no podrán cantar allá dentro”.  En cambio nos permitieron llevar nuestros regalos.

Con las reclusas leímos la Palabra de vida y testimoniamos cómo ella cambió nuestra existencia. Mientras hablábamos del amor de Dios que es para todos y que también nosotros podemos corresponder, los guardias nos escuchaban en silencio. Al final la alegría de las prisioneras estalló en cantos y danzas: era su modo para agradecernos. El personal de vigilancia, sin palabras, se preguntaba: “¿Pero quiénes son estos muchachos?” Regresamos a casa felices con fuerzas nuevas para seguir coloreando la ciudad».

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