«“Todos los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma, y nadie llamaba propia cosa alguna de cuantas poseían, sino que tenían en común todas las cosas”. Esta frase del Evangelio es la que nos inspira, a los gen, a vivir la comunión de bienes.

En nuestro grupo hemos empezado a hacer una especie de inventario de todos nuestros bienes, para ponerlos a disposición de los demás. Cada uno de nosotros tiene una situación económica diferente: uno estudia con una entrada mensual fija. Entonces, juntos y libremente, decidimos cómo gastar y destinar ese dinero. Por ejemplo con Federico entendimos que habría podido gastar menos al comprar los juegos para el ordenador, en cambio podíamos usar esa cantidad para hacerle a Andrés una suscripción a una revista fotográfica, que es su campo de trabajo. En un caso o en el otro, nunca nos centramos en la ‘cantidad’, sino en el ‘cómo’, dialogamos abierta y sinceramente. Es extraordinario constatar como la conciencia nos habla a cada uno haciéndonos entender lo que realmente vale.

Gabriel, licenciado en geología con una beca post-doctorado, debido a los fuertes recortes que ha sufrido la universidad italiana, no recibía el dinero durante varios meses. En ese periodo le vencían varios plazos urgentes: tenía que participar en un curso de actualización en la isla de Cagliari y pagar el permiso de circulación del coche. Le costaba comunicarnos que se había quedado sin dinero. Pero el amor recíproco y el ser un corazón solo y un alma sola le hicieron superar la incertidumbre y el temor de decírnoslo. En ese momento entre nosotros estalló una bomba de generosidad: “yo tengo una cuenta con algo ahorrado…”; “yo tengo unos ahorritos…”. “¿Cuál es tu número de cuenta?”. Así pudimos anticipar lo necesario. En cambio Gabriel constató la belleza y la responsabilidad de usar ese pequeño capital. Este hecho nos ha hecho más hermanos.

Uno de nosotros que acaba de conseguir la licenciatura, ha empezado las prácticas forenses para ejercer de abogado y recibe una pequeña compensación de gastos que es insuficiente para formarse una familia con su novia. Un día encuentra a un amigo que le propone una buena y rápida ganancia a través de trámites de retribución de daños ocasionados por accidentes de tráfico. Tan sólo tiene que poner unas firmas sin investigar mucho, ni preguntarse si el accidente es o no es falso. La duda es fuerte, pero despertándose por la noche, una frase le da vueltas en la cabeza: “Vuestro Padre sabe lo que necesitáis aún antes de pedírselo”. Por la mañana llama a su amigo para decirle que no lo acepta.

Al cabo de unos meses, de forma imprevista, recibe una llamada de una Compañía de Seguros para una entrevista de trabajo. A las preguntas de la última parte de la entrevista consigue responder gracias a la experiencia hecha durante las prácticas forenses no retribuidas. Y lo contratan como inspector liquidador de siniestros precisamente de la Compañía de Seguros, que precedentemente había rechazado para seguir siendo coherente y honrado.»

Los gen de Nápoles

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