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Andrés y Fiorella Turatti

«Como todos los jóvenes, si bien de una forma diferente, buscábamos la felicidad. Andrés era un tipo muy “popular”, sobre todo con las chicas, no creía en el amor para siempre y era ateo. Poco a poco me adapté a sus teorías liberales. Después de dos años de noviazgo, mediante los jóvenes de los Focolares encuentro a Dios, que es amor también para mí. Siento mía la propuesta de vivir el Evangelio, de ver a Jesús en cada persona. Lo intento: ¡es la revolución! Me transforma la vida».

«Tiempo después Fiorella me pidió que la acompañara a los encuentros para familias. Quedé conquistado por su estilo de vida: querían vivir el “mandamiento nuevo” de Jesús, el amor recíproco.

Me impresionó una pareja, su forma de quererse: aprovechando la ausencia de Fiorella fui a visitarlos, hablamos de la vida de familia, de la relación entre nosotros dos, de la fe, sentía que había experimentado algo superior al amor bello que había entre nosotros dos: también yo había encontrado a Dios».

«En un congreso de “Familias Nuevas”, escuchamos la experiencia de algunas familias que, habiendo puesto a Dios en el primer lugar de sus vidas, partían con sus hijos para llevar el mensaje del Evangelio al mundo. Quedamos fascinados y completamente conquistados. Escribimos a Chiara Lubich para decirle que también nosotros estábamos dispuestos a dejarlo todo para ir donde Dios quisiera. Después de algunos años repentinamente se abre la posibilidad de partir. Por un momento siento miedo, en un instante me percato de todo lo que tengo que dejar, después mi mirada se dirige al Crucificado y pienso que en Él está la clave para afrontar cualquier situación. Chiara nos da una consigna: “No tienen que hacer nada especial, basta que tengan a Jesús en medio de ustedes”. Pero para que Él esté en medio nuestro, tenemos que intensificar cada día más nuestro amor recíproco, que nos lleva a vernos cada día nuevos, perdonándonos mutuamente, tratando de nunca ir a dormir sin haber hecho las paces».

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En Honduras

«Pasaron ocho años de aventuras de todo tipo en una cultura muy distinta de la nuestra, en Honduras. A la pequeña comunidad que encontramos se sumaron varios jóvenes. Precisamente porque nuestros hijos se dedicaron a ellos con gusto y sencillez, compartiendo con todo tipo de personas, sin problemas: jugando en las calles, haciendo amistad. Hicimos una gran experiencia de inculturación y aprendimos, a veces con esfuerzo, a entrar en la vida de las personas, en sus sufrimientos y alegrías, encontramos amigos estupendos, un pueblo generoso… del que recibimos muchísimo».

20141105-03«Continuamente tocaban a la puerta niños pobres, que pedían comida. Un día me cansé, y al niño que tocaba le dije: “¡Hoy no!”. Nuestro hijo estaba cerca y me escuchó y me dijo: “¡Pero mamá, Jesús está en él!”. Hacíamos muchos viajes para visitar las comunidades lejanas, en el automóvil podíamos hablarnos de padres a hijos, decirnos todo lo que sentíamos para crecer en el amor entre nosotros. También el obispo, el Card. Maradiaga nos sostenía y animaba. Tenía una gran estima por Chiara y una relación profunda con nuestra familia. A menudo nos invitaba a trabajar con otros Movimientos y asociaciones donde tratábamos de llevar a todos el don específico del carisma de la unidad».

20141105-04«La providencia siempre nos acompañó. Llegando nos pusieron a disposición por un año una casa y un automóvil. Una vez, de unos ex colegas míos italianos, nos llegó una suma para los boletos aéreos de un viaje que teníamos que hacer. Cada tanto escaseaban algunos productos alimenticios básicos como el azúcar, la leche, etc. Y muchas veces llegaba alguien con un paquetito de leche o azúcar, justo cuando lo necesitábamos. Después de un tiempo de buscar trabajo, fui contratado por una empresa italiana y me dieron un excelente trabajo. Además, un señor llegó incluso a regalarnos la casa y también los fondos para reestructurarla y ampliarla con un salón de 180 lugares para los encuentros de la comunidad. Experimentamos cuán verdaderas son las palabras del Evangelio».

«Después de 8 años dejamos Centroamérica para que nuestros hijos pudieran proseguir sus estudios. Y realmente fue un corte, partiendo de Italia habíamos dejado nuestros ‘campos’, partiendo de Honduras tuvimos que desapegarnos sobre todo de la gente con la que habíamos establecido una relación extraordinaria de reciprocidad. Con Andrés sentimos que nuestro amor es para siempre, no sólo para esta vida sino para la eternidad».

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