Jesús anuncia libremente su mensaje a hombres y mujeres, de distintos pueblos y culturas, que acudían a él para escucharlo; es un mensaje universal, dirigido a todos y que todos pueden acoger para realizarse como personas, creadas por Dios Amor a su imagen.

Una tragedia compartida
Hace varios años, con nuestras cuatro hijas, nos transferimos desde el Líbano en guerra a Tasmania, en donde hicimos un gran esfuerzo para integrarnos  a un mundo muy distinto del nuestro: la gente de aquí, de hecho, es muy reservada y la familia “nuclear” contrasta con la “ampliada” de nuestro país. Al principio, enseguida después de nuestra llegada, un compañero de trabajo de mi esposo perdió a su hijo de dos años en un incendio; desde ese momento, con su mujer, rechazaba la idea de recibir visitas o de encontrarse con gente, y se quedaba segregado en su casa. No podíamos entender esa actitud, porque en nuestro país las tragedias se comparten, y nos preguntábamos cómo teníamos que hacer para amarlos, asumiendo nosotros también ese dolor. Entonces, durante algunas semanas, les cociné todos los días, dejándoles fuera de la puerta la comida, con un mensaje, sin molestar. Al final, esa puerta se abrió y desde entonces entre ellos y nosotros nació una relación de amistad. Con el pasar del tiempo nos hicimos amigos, y nos enriquecen con su cultura.  Y a nuestra casa ahora siempre viene alguien a vernos, así como sucedía en el Líbano.
(Carole – Australia)

Inculturación
Para ponernos en los zapatos del otro es importante hablar su idioma. Pero no siempre es necesario. Lo veo con muchas personas que atendí (soy médico) y con las que ha quedado una relación, me doy cuenta de que un mensaje se ha transmitido.  Una vez, en Camerún, le pedí un consejo a un anciano del lugar para ensimismarme con su gente.  Él me dijo: “Si amas realmente con el corazón, los demás lo entienden.  Basta amar”.  Me volvió a poner en lo esencial del Evangelio y era la confirmación de que compartir los sufrimientos y las alegrías de los demás viene antes que cualquier otra cosa. Si luego consigo profundizar su lengua y sus costumbres, mucho mejor… En todas partes, el amor es la palabra más elocuente para expresar la paternidad de Dios.
(Ciro – Italia)

El apoyo para no aflojar
Tras el divorcio, seguí viéndome con mis hijos. Pero con el tiempo, por parte de mi ex esposa, aumentaban los chantajes, las pretensiones, las acusaciones… Temía que tuviera personas que la aconsejaban mal. La prueba más dolorosa fue cuando los hijos también, sobre todo mi hija mayor, empezaron a acusarme de haberles arruinado la vida.  En un momento ya no sabía qué hacer. Cada encuentro que tenía con ellos se había vuelto un infierno.  Una gran ayuda me llegó de un sacerdote amigo, que me sugirió amar a fondo perdido, sin esperar nada.  Lo intenté, sobre su palabra, durante algunos meses. Cuando mi suegra se enfermó y quedó postrada en una cama, me preocupé no sólo por ir a visitarla a menudo, sino también por aliviar de todas las formas posibles su nuevo estado. Un día, en que justamente le estaba haciendo compañía, llegó mi hija. Encontró a su abuela serena y divertida mientras ordenábamos viejos álbumes de fotos. Algo debió cambiar en ella pues esa misma noche mi llamó por teléfono para pedirme perdón.  Es dura la escalada, pero cada vez que intento amar encuentro el apoyo para no aflojar.
(V.J. – Suiza)

Coloured
Mi marido Baldwyn y yo somos coloured, raza mestiza que a menudo sufre una gravísima discriminación. Mi madre era africana y mi padre indio.  Quedándome huérfana de él poco después de nacer, con mi madre nos fuimos a vivir con sus parientes negros, en donde fui educada según sus tradiciones. Pero con el pasar de los años me di cuenta de que era diferente y sufría sintiéndome objeto de burla. Cuando Baldwyn y yo decidimos casarnos, descubrí que yo no estaba registrada en ningún sitio, y por lo tanto yo para el Estado no existía y fue un fuerte impacto para mí.  Nuevamente me sentía rechazada. En ese período tan difícil las circunstancias nos llevaron a conocer a algunas familias cristianas, blancas y negras.  Pertenecían al Movimiento Familias Nuevas y no hacían diferencias de raza.  En ese ambiente por primera vez me sentí a gusto, aceptada como era. La atención de esas personas respecto de mí, me hizo descubrir que Dios me amaba.  Logré aceptarme a mí misma con mis diferencias y también a los demás. Me volví libre.
(Gloria – Sudáfrica)

Recogido por Stefania Tanesini

 (extraído del Evangelio del Día, Città Nuova, anno VI, n.5, septiembre-octubre de 2020)

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