«Que todos sean uno». Es un lema fantástico. Creo que no podamos imaginar uno más bello y más grande. Hace soñar con un mundo diferente al que nos rodea, hace volar la fantasía imaginando lo que sería la sociedad si se pusiera en práctica esta maravillosa Palabra. Imaginemos… Un mundo en el que todos se aman, en el que todos tienen los mismos sentimientos; en donde desaparecen las cárceles y la guardia y la policía no tienen razón de ser; en el que los periódicos, en lugar de reportar crónicas negras – pasadas de moda – hablan de crónicas de oro, de hechos divinamente bellos, profundamente humanos. Un mundo en el que se canta, sí, se juega, se estudia, se trabaja, pero armoniosamente, donde cada uno hace lo que hace para agradar a Dios y a los demás. Creo que es un mundo, que veremos sólo en el Paraíso… Y sin embargo, Jesús dijo esas palabras para nosotros, aquí en la tierra. […] He abierto el Evangelio y he encontrado otra frase, que, extrañamente me ha parecido análoga a ésa: como si entre ésta y nuestro lema hubiese un vínculo. Dice: «Cuando sea elevado en la cruz, atraeré a todos hacia mí» (Cf. Jn 12,32). […] «Cuando sea elevado en la cruz…». Pero entonces Jesús no hizo de todos una cosa sola con sus extraordinarias palabras, o con sus extraordinarios milagros… La cruz fue su secreto. Fue el dolor lo que resolvió el problema de hacernos hijos de Dios y, por tanto, todos uno entre nosotros. ¿Quiere decir que el dolor es el camino, la llave, el secreto de la unidad de todos? ¿De la transformación de un mundo desagradable y a menudo malo en un mundo gozoso, resplandeciente de amor, en un paraíso anticipado? Sí, así es. Por lo poco que sabemos de esto, todos los santos, los verdaderamente inteligentes, han dado gran valor al dolor, a la cruz. Y ellos han sido quienes han arrastrado tras de sí a las multitudes y han dejado huella en la época en la que vivían, con una influencia beneficiosa también para los siglos futuros. «¡En la cruz hay un lugar vacío!», me dijo un sacerdote cuando yo era pequeñita; y le dio la vuelta a un crucifijo que tenía en la mesa, mostrándomelo por detrás. «Este lugar – siguió diciendo – debes ocuparlo tú». ¡Va bien! Si es así ¡Aquí estamos dispuestos! ¿Qué esperamos? Entre otras cosas, dolores pequeños o grandes, bien o mal llevados, los tenemos siempre en la vida… ¡Pero no seamos oportunistas! Somos cristianos. ¿Jesús está en la cruz? También yo quiero estarlo. Aceptaré todas las pequeñas cruces de mi vida con alegría. Sí, con alegría, aunque puede ser que se escape alguna lágrima. Pero en el fondo del corazón le diré a Él que me escucha: «Estoy contenta, porque sufriendo contigo te ayudo a atraer a todos hacia Ti para que se acerque el día en el que se cumpla tu inmenso deseo: «Que todos sean uno». Chiara Lubich De “Coloquios con los Gen”. Años 1966 -1969, Ciudad Nueva, Madrid 1974, pp. 37 – 38
Ser “prójimos”
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