Un rostro redondo, con dos ojos azules y atentos. Encuentro por primera vez a Peter Grimheden en Lund, Suecia, en el histórico encuentro entre católicos y luteranos para celebrar los 500 años de la Reforma. Peter es un joven pediatra muy apasionado de su trabajo al que se dedica con gran entusiasmo. Su particularidad es la de ser sueco, luterano y focolarino. Eligió un camino de donación total a Dios. Vive en Estocolmo en una pequeña comunidad con otros 4 focolarinos católicos: un belga, un argentino, dos italianos. ¿Creciste en un ambiente y en una familia cristiana? Formo parte de la Iglesia luterana sueca y provengo de una familia muy ligada a las tradiciones. Cuando era chico tenía la costumbre de ir a visitar a los abuelos. Antes íbamos a la Misa y después cenábamos juntos. Durante la cena, después de que la abuela había lavado los platos, nos sentábamos y debíamos escuchar a mi abuelo que nos leía un sermón de Lutero. ¡Como si el de la Misa no hubiera alcanzado! Lo único que me acuerdo es que jugaba a mantener la respiración. Mi récord fue el de resistir sin respirar durante un minuto seguido. Era una educación rígida y severa. Todo era o blanco o negro y no podía nunca ir al cine ni a jugar al hockey en el hielo. ¿Cómo conociste a los Focolares? Era muy amigo de una chica que me invitó a un concierto del Gen Verde, una banda musical inspirada en la espiritualidad de los Focolares. Me gustó la música, las palabras, la atmósfera que se construyó. El hermano de una de las que cantaban había muerto en una guerra civil y ella fue capaz de perdonar. Me gustaba un cristianismo positivo, no basado en las prohibiciones y en lo que no hay que hacer. Las personas de los Focolares se convirtieron en mis amigos y los visitaba junto con mi novia. Pero después de poco tiempo me sentía limitado en la relación con mi novia y terminamos. Seguí visitando a los Focolares y me sentí muy atraído por las personas que se donaban completamente a Dios viviendo en una comunidad. Para mí fue como resbalar en una cáscara de banana más que hacer una gran elección. Fue como enamorarme. Así, a los 21 años, viajé a Italia a Loppiano, cerca de Florencia, para asistir a la escuela de formación para focolarinos. Fue una ocasión única para conocer personas de todo el mundo aunque me sentía un poco “exótico” porque casi todos eran católicos. Hoy vives en un comunidad de Estocolmo. ¿Significa una dificultad convivir con personas de otra Iglesia? Tendríamos más o menos las mismas dificultades si viviéramos con personas de la misma Iglesia. El pertenecer a una Iglesia u otra no tiene un impacto en la vida cotidiana porque compartimos los mismos ideales. Tenemos en común la vida cristiana y no advierto diferencias entre nosotros. Me sentía un poco solo cuando asistía a mi iglesia luterana, pero, ahora mis amigos, de vez en cuando me acompañan porque están interesados en conocer mejor mi Iglesia, como yo también estoy interesado en conocer la de ellos. Tratamos de vivir con la presencia de Jesús entre nosotros y todos somos sus discípulos. Fuente: Città Nuova
Ser humildes
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