“Mi sueño, llevar un poco de luz al mundo”

 
Aurora, después de 18 años, dejó la Mariápolis para trasladarse al focolar de Tucumán.

Nadie diría que en las facciones morenas y cabello ensortijado de Aurora, mestiza de nativos e italianos, perdura también una lejana ascendencia irlandesa, y nada menos que desde las invasiones inglesas, del que ha heredado su apellido, “Grigor”, según contaba el abuelo. Claudia Grigor, más conocida por todos como Aurora, es el nombre que le viene de la época en que, en los focolares, cuando se cambiaba de vida se cambiaba de nombre. Y bien que le sienta, por esa delicada luminosidad que irradia en su voz, sus gestos, su mirada. “¿Qué puedo decir yo…”, se disculpa, cuando le pedimos que nos cuente algo de ella, a modo de despedida, antes de partir para Tucumán, luego de 18 años en la Mariápolis. Un largo período que pasó brindándose por todos los sectores de la Casa Arcoiris, desde la cocina a los servicios, la recepción, para concluir a cargo de la programación general de los grupos que nos visitan. Aurora y Arcoiris, una buena combinación, y allí es donde la mayoria de los que pasaron por la ciudadela la han conocido.

Nacida en Mendoza, la cuarta de seis hermanos, comienza por recordar agradecida la infancia en una familia unida y con valores, donde se destacaba sobre todo la honestidad. “¿Qué soñabas?”. “Mis juegos de chica eran inventar canciones, teatro…, hasta que en la adolescencia le dije a mi padre, ‘ya sé lo que quiero, voy a ser artista’. Estructurado, como buen policía que era, casi se cae de espaldas”. Pero había otro costado, “no entendía la injusticia” y, ya con 15 años, ensayaba sus primeras tareas sociales en la parroquia. Además estaba el deporte, básquet, con regularidad. Y, por supuesto, el estudio, magisterio. Mucho y poco, al mismo tiempo, porque faltaba algo que le diera sentido a todo, algo “que buscaba sin saberlo”. Hasta el día en que la deslumbró ver “cómo vivían el Evangelio en la vida cotidiana”, un grupo de chicas como ella, y entusiasmada le contó a la mamá. “Todo muy lindo, pero vas a ver que pronto te vas a olvidar”, comentó la madre. Fue como un desafío, “es cierto, tenés razón – concedió con lágrimas en los ojos – , pero yo quiero creer”.

Conclusión que, terminado el secundario, en 1983, llegó a la Mariápolis para ir a fondo en esa experiencia de unidad que había emprendido, venciendo la resistencia del padre porque, “¿que necesidad hay de ir allí para ser cristiana?”, tanto que la acompañó para comprobar en qué tipo de secta se había enrolado y llevársela de vuelta. “En ese tiempo Villa Blanca eran cuatro casas, un gimnasio, un centro comunitario y barro y pampa. Nada que ver con lo que es ahora, pero yo estaba fascinada”. El padre, a la semana de observar cada detalle concluía: “No encontré nada que me diga que esto no es obra de Dios, y yo con Dios no me puedo pelear”. Claudia empezaba así ese largo recorrido que la llevó a ser Aurora, pasando por los años de formación en Loppiano, y luego Montet, en Europa, para volver como focolarina a Paraná, Resistencia, y de vuelta a la Mariápolis en 1996, en el momento de mayor desarrollo de la ciudadela construyendo codo a codo con Lía y Victorio, los iniciadores.

En todos estos años, dos momentos que te hayan marcado: “El punto mas luminoso, la venida de Chiara. Mi consagración para siempre. Fundación, florecimiento, construcción. Luego, otro período, de purificación diría, donde esa entrega se tenía que consolidar. Más difícil, pero visto en el tiempo, uno de los más importantes. La experiencia de que cualquier situación se puede superar en unidad, si uno pone todo. Ya no estaban los fundadores que marcaban rumbo y, entonces, aprender a caminar por nosotros mismos, un cambio sustancial. Un aprendizaje, con errores y aciertos y seguir a Dios. Me dio la certeza de que ahora podemos, con otra gracia”.

Y luego, “el contacto con tanta gente, porque aquí pasa todo el mundo en su variedad y riqueza y, además, cada año la relación con las distintas generaciones de jóvenes que llegan y parten, no son relaciones superficiales y son tantos, tantos… Cuando los encuentro en otros lugares nos conocemos y somos familia… se lo debo a la Mariápolis, no se puede dar en otros lados”.

¿Tu sueño de ahora?: “Esta relación abierta a todos, que me ha enriquecido, llevarla por el mundo donde hay tanta necesidad de la luz del amor, un ideal que no me puedo guardar”.

“¿Conocías Tucumán?”: “No, todo es nuevo”. “¿Primeros pasos?”: “Apuntar a las relaciones, y ahí pierdo el miedo. Y buscarme un trabajo. Pero será para mi un regalo, y además se cumplirá otro de mis sueños, conocer la escuela “Aurora”, no por el nombre, sino porque me fascina esa experiencia comunitaria en los valles calchaquíes que sólo conozco por referencias”.

“Unas palabras de saludo a todos los que no te verán más por aquí”: piensa en silencio, se conmueve…: “Gracias por la familia que somos. Las palabras se reducen tanto… Mucho de los pasos que di en la vida se lo debo a la familia que hemos sido en la Mariápolis. Espero capitalizar esta experiencia”.

Entrevista de Honorio Rey