Mongolia_chiesa-aDe Ulán Bator, capital de Mongolia, a Daejeon en Corea del Sur, hay más de 10 horas de vuelo, sin embargo las dos ciudades forman parte de la misma diócesis. Con excepción de la capital, la densidad de población de Mongolia es de 2 habitantes por km², los cristianos son el 2%, en una tierra de milenaria tradición budista (53%) y donde hay un ateísmo difundido (29%).

La iglesia local, al interrogarse sobre cómo atender a estos pocos cristianos, pidió ayuda a las Familias Nuevas del Movimiento de los Focolares, y encontró la disponibilidad de algunas familias coreanas que, junto al anuncio del Evangelio, llevan el testimonio de la espiritualidad de la unidad vivida en familia. En las parroquias de Ulán Bator hay un centro social que acoge a los niños y a los jóvenes para el refuerzo escolar, tienen una granja comunitaria y una clínica gratuita. Aquí se desarrolla básicamente la “misión” de los Focolares. Veamos en qué consiste.

Desde Corea, dos o tres parejas a la vez, van periódicamente a Mongolia para visitar las parroquias y encontrarse con las familias. Las temáticas son prevalentemente las que se refieren a la vida de familia, al Evangelio aplicado a la vida cotidiana, que también aquí se vuelve una fuente de cambio para la vida de la pareja y de la familia. Algunas veces se encuentran también con los jóvenes.

«Una vez llevamos medicinas», cuenta Cedam. «Era innenarrable la alegría de la religiosa cuando le dimos el paquete: eran precisamente las que necesitaba y que se le habían acabado. En Mongolia durante casi medio año es invierno. Durante meses la temperatura llega a -40º, por lo que se entienden las dificultades, en caso de que se tengan los medios, para procurarse lo necesario. Cuando llega la fecha del viaje a Mongolia otras familias de Corea trabajan para recoger cosas útiles para llevar. Una vez se nos ocurrió llevar balones de fútbol y de baloncesto para que los chicos pudieran jugar en la cancha, pero había que comprarlos y después teníamos la dificultad del espacio en el avión… Una familia había puesto en su tienda una alcancía pensando en las familias de Mongolia, así que además de los balones pudimos comprar también el inflador.

«El obispo es nuestro chofer –prosigue Andrea-, nos recibe en el arzobispado, nos acompaña a las parroquias y nos anima a donar a manos llenas nuestras experiencias como familia cristiana. Y nos damos cuenta que las familias tienen sed precisamente de esto. Cuando regresamos en otra ocasión, nos acogen con un afecto cada vez más grande. También ellas quieren contar cómo han vivido el Evangelio. En una homilía, en donde estaban presentes religiosas de varias congregaciones, el obispo dijo que también nosotros habíamos recibido la invitación de Dios a ser misioneros y nos nombró uno por uno definiéndonos: mis amigos. Cada vez que salimos de Mongolia sentimos que dejamos allí nuestros corazones. Porque todas las veces se repite con ellos la experiencia de las primeras comunidades cristianas».

 

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