20171118-01A lado de la caja del supermercado hay un cochecito y dentro de él un recién nacido. Nadie le hace caso a los demás, todos están empeñados en hacer respetar su turno, se imponen sobre los demás para terminar rápido, sin embargo, muchos se detienen ante el niño, le sonríen, le dicen una que otra palabrita amable.

Los niños poseen el singular poder de quebrantar la enajenación y el mutismo de nuestra sociedad y crear un vínculo, simplemente con su estar.
Los niños les pertenecen a sus padres, a su familia, pero al mismo tiempo nos pertenecen a nosotros, a todos. Son, por así decirlo, un “bien común”.
En  cierta manera, se aplica a los niños en general, es de a cada niño, lo que el profeta anunció de un niño: “Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado” (Is. 9,5).

Los niños son dones, dones que se nos hacen a nosotros, a todos.
¿Qué es lo que se nos dona, a través de ellos?  Respuesta: el futuro.
Esto es obvio. Si no existieran los niños, la humanidad no tendría futuro. Pero nuestra respuesta tiene un sentido más profundo. Instintivamente experimentamos al niño como una promesa, como aurora de ese futuro mejor que deseamos.
A un niño no le pedimos sólo¿Qué futuro tienes? Sino también: ¿Qué futuro nos traes? En efecto, cómo será el futuro, qué acontecerá o no acontecerá, depende de aquellos que hoy son niños. El futuro ya nació, en los niños que nacen. (pp 39-40)

Volverse hombre significa volverse niño. Desde Adán y Eva no hay excepción en esto.
El camino que lleva a ser hombre pasa a través del niño.
Y precisamente éste es el camino de Dios: el Hijo de Dios se hizo hombre, haciéndose niño.
Nosotros le pertenecemos si acogemos a sus amigos, a los niños, y si lo acogemos a él mismo como niños.
Sólo quien se hace como niño entrará en el Reino.
Llegar a ser sencillos, puros, compartir el dolor, compartir la alegría.
Dejar que nos regalen algo y corresponder.
El niño es virtud que salva de la resignación y del automatismo, del egoísmo y de la falta de sentido.
El niño nos pide poder vivir, tener su espacio vital.
El Niño en el pesebre es aquel que nos invita a ser hombres como él
y a recibir de él una vida divina. (pág. 34)

Klaus Hemmerle, de “Dio si è fatto bambino” –  Ed. Città Nuova, Roma 1994.

 

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