Marta Bullaude de Tagua

 
Con las puertas abiertas (05 de agosto de 1929 – 13 de abril de 1994)

Marta TaguaMadre de cuatro hijos: Ricardo, César, Daniel y Darío. Tenía 14 nietos, con los que mantuvo una relación de amor y dedicación.

En 1972 su esposo deja el hogar. Para poder llevar adelante la economía de su familia, debe cambiar su estilo de vida: aprende a coser, a hacer muñecos de peluche. Con uno de sus hijos vende ropa, empezando por la propia.

Conoce al espíritu de los Focolares a principios de 1973. En una carta que escribió a Chiara Chiara Lubich, cuenta así su encuentro con Dios a través de la Obra: “….conocí el movimiento en un momento muy difícil de mi vida. Cuando fui a mi primer Mariápolis hacía 6 meses que mi esposo me había abandonado, teníamos 4 hijos. En ese tiempo pedía a Dios insistentemente que él regresara. El lema de la Mariápolis era ‘…y nosotros hemos creído en el Amor’. Creer en este Dios-Amor para mí fue como renacer. Todo mi pasado, mis fracasos, odios y rencores quedaban atrás.

En todo este tiempo he tratado de amar y servir a la Obra aunque a veces tengo la impresión de no dar todo de mí para servir, pues me ato a las pequeñas cosas, me doy cuenta de que no tengo la capacidad y la luz para amar como Jesús lo haría si estuviera en mi lugar. Trato siempre de volver a amar, cuando me aparto de este rayo divino siento como si todo se acabase….”

Siempre deseosa de profundizar más en esta vida que la había impactado, participó activamente en la Obra. En la vacaciones de 1984 fue a José C. Paz para hacer una experiencia de Unidad.

Era una voluntaria y se nutría de la espiritualidad del Movimiento de los Focolares para poder amar, como ella decía, a cada uno como Jesús lo habría hecho. Esto acrecentaba la delicadeza de su persona, su ser humilde, hospitalaria, generosa, concreta, simple. Tanto, que habría que ser simple como ella, para descubrir su vida. Mejor dicho, la vida de Dios en ella.

En su deseo de servir, mantuvo una muy íntima relación con el Focolar masculino, especialmente con Roberto Escudero y Tim Peñaloza. Los focolarinos encontraron siempre un hogar en su casa.

Iba frecuentemente a la Mariápolis de O’Higgins, siempre a servir, no a ser servida: hacía de comer, lavaba…

Sentía predilección por los enfermos, a quienes visitaba. Cuando empezó a funcionar el Centro Mariápolis de Alta Gracia, no vaciló en ir durante dos meses para ayudar en la refacción y limpieza del edificio.

Siempre trató de conservar la unidad en su familia, viendo a Jesús también en su esposo, a quien nunca le recriminó nada y lo sentaba a su mesa con gran amor, inculcándole a sus hijos esta misma actitud.

La caracterizó su humildad, su simpleza; se perdía entre las demás voluntarias. No se sentía…, se deslizaba amando. Con su familia estaba siempre al servicio, sin importarle las cosas que debía dejar de lado, no ponía sus programas antes que los de la familia. No pasaba fecha de cumpleaños de hijos o nietos sin la comida preferida de cada uno. Estaba dispuesta para cada necesidad que cualquiera podía tener y siempre trató de mantener la armonía familiar.

Un tumor en el hígado aceleró su Santo Viaje. Cuenta Lelia (responsable en ese momento) en una carta a Chiara Lubich: “…Te escribo sobre Marta Tagua: una queridísima voluntaria de las primeras en Mendoza. Hace un par de meses la operaron de urgencia y se le encontró un tumor maligno. Yo he estado allí y en un encuentro con ella me ha dicho la gravedad de su enfermedad, que el médico junto a su hijo le anunciaron.

Marta estaba bajo la gracia de la unidad fortísima con vos que la ha iluminado en esta etapa decisiva de su Santo Viaje. Me decía: “¿sabés? hace poco tiempo me llegó la respuesta de Chiara a una carta y me mandaba la palabra de vida: “Yo estoy a la puerta y llamo, si alguno oye mi Voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo”. En este período particular, aún con los fuertes dolores físicos, repito, por Ti Jesús y ofrezco mi vida por Chiara. Estoy probando una intimidad nueva con Jesús, casi diría un idilio con El. Y esta Palabra de Vida que Chiara ha pensado para mí es como si Jesús me cantara esa canción del Genrosso: ‘Tu, esposa mía, hermosa mía…ven a mi jardín’”.

Asumió con entereza el dolor y, a pesar de su enfermedad, fue nexo de unidad en la familia. Su relación con Jesús era cada día más íntima, más “en paz”, no obstante el gran sufrimiento.

Su partida fue como un sueño. Dicen que una persona muere como ha vivido, estamos seguros que Marta vivió amando y llegó al encuentro más importante de su vida en el amor.

En su primer encuentro, escribió el siguiente pensamiento, que –creemos- sintetiza su vida: “Sí, todo pasa… sin embargo no desesperes. Tu esperanza te dice: Sí, existe Aquél que tú buscas. Hay en tu corazón un anhelo infinito e inmortal, una esperanza que no muere, una fe que rompe las tinieblas de la muerte y es luz… No por nada tu esperas, tu crees. Tu esperas, tu crees, para amar. He aquí tu presente, tu pasado, todo se resume en esta palabra: Amor. Ama aquello que no muere. Ama a Aquel que en el ocaso de tu vida mirará sólo tu corazón. Estarás sola con Él en aquél momento….”

 

 

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