“Fue en Einsiedeln que comprendí, mientras veía desde lo alto de una colina la basílica y sus alrededores, que en el Movimiento tenía que surgir una ciudad, que no estaría formada por una abadía o por albergues, sino por casas, lugares de trabajo, escuelas, una ciudad común”. Así escribe Chiara Lubich en su diario de marzo del ’67. Eran los recuerdos del verano 1962 en Suiza, cuando tuvo la primera intuición de lo que hoy son las “ciudadelas” o “mariápolis permanentes”, entre las realizaciones más conocidas del Movimiento de los Focolares.

Dolomitas (Italia), 1949: circunstancias no programadas hicieron que el primer grupo de focolarinos y focolarinas se retirara a la montaña para un período de descanso que después se reveló determinante para el desarrollo futuro del Movimiento. También durante los siguientes años se repitió la misma experiencia, casi sin darse cuenta el grupo iba aumentando cada vez más: no sólo muchachas sino también madres, padres, jóvenes y niños, de todos los estratos sociales. En 1951 a estos originales congresos se les dio el nombre de ciudad temporal, cuya única ley era la caridad evangélica en donde se realizaba entre los participantes una rica fraternidad de comunión material, espiritual y cultural.

A partir de 1952 empezaron a participar también sacerdotes, religiosos de varias órdenes, cuyas distintas espiritualidades resplandecían y se armonizaban todavía más en la común fraternidad.  A partir de 1955 la ciudad tomó el nombre de mariápolis y a partir de allí se desarrolló como un verdadero boceto de esa ciudad de María que el Movimiento habría debido contribuir a construir en el mundo.

Aquellos días vividos durante los veranos de los años cincuenta en las Dolomitas fueron eventos extraordinarios, pero podían prolongarse sólo por el período de las vacaciones, al máximo algunos meses.

Pero fue precisamente durante una de esas mariápolis que Vincenzo Folonari, un joven de buena familia, conoció el Movimiento, quedó fascinado por su genuinidad espiritual evangélica. Él donó todo lo que tenía al Movimiento, también los bienes recibidos en herencia, entre los cuales 80 hectáreas de terreno en las colinas de los alrededores de Florencia.

Vincenzo murió prematuramente en 1964, precisamente ese año en el terreno se empezó a concretar la intuición que Chiara Lubich había tenido dos años antes en Suiza: nació Loppiano, una mariápolis ya no temporal sino permanente.

Sus habitantes son actualmente 900 provenientes de 70 naciones de los cinco continentes: hay focolarinos y focolarinas, familias, jóvenes, laicos comprometidos en lo social, sacerdotes, religiosos y algún obispo.  Sus ciudadanos habitan el lugar, trabajan, estudian, dando un significado especial a cada acción cotidiana, con base en el mandamiento del amor evangélico: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado”. Cada año pasan unos 40 mil visitantes.

Después de Loppiano han surgido otras ciudadelas en todo el mundo, que hoy día están más o menos desarrolladas. Cada una de ellas tiene una característica especial, en armonía con el ambiente social en el que surge. Como Loppiano, también Montet en la Suiza francesa, tiene el timbre de la internacionalidad y la característica de la formación. Ottmaring, en Alemania, tiene una vocación más ecuménica, así como la de Welwyn Garden City en Gran Bretaña, mientras que el timbre ecológico es la característica de la ciudadela de Rotselar, en Bélgica; en Europa encontramos todavía ciudadelas en Polonia, en España, en Francia, en Irlanda, en Portugal.  Las que surgen en Brasil tienen una vocación de compromiso social, mientras que en O’Higgins, en Argentina, son sobre todo los jóvenes los protagonistas. La de Tagaytay, en Filipinas, tiene el timbre del diálogo interreligioso, mientras que la construcción de la unidad en una sociedad multiétnica es típica de la Mariápolis Luminosa, en las cercanías de Nueva York y de la ciudadela Krizeyci en Croacia

En África la característica es la inculturación del Evangelio. La primera de las ciudadelas africanas es Fontem, en el corazón de la selva camerunesa, donde el testimonio del profuso amor concreto de los focolarinos médicos llamados a hacerse cargo del pueblo Bangwa, que estaba afligido por muchas enfermedades y una grave mortalidad infantil, hizo que este pueblo y otros pueblos limítrofes se encaminaran por la vía de la fe y de la fraternidad. La misma se hace visible también en las otras dos ciudadelas que surgen en Kenia y en Costa de Marfil. En América Latina se están desarrollando también ciudadelas en México (El Diamante), en Venezuela, en Chile. En Australia está en fase inicial el Centro para la Unidad, en las cercanías de Melbourne.

Se trata de hombres y mujeres que animan un lugar moderno, compuesto por tiendas, centros de arte, talleres, pequeñas empresas, escuelas, iglesias, lugares de encuentro y de descanso. Un centro cosmopolita donde las diferencias de religión, de cultura y de tradición no se anulan sino que se valoran convirtiéndose en medios de encuentro con cada prójimo, estrechamente unido  a los demás en el compromiso de ver realizado el sueño de Jesús: “Padre, que todos sean uno, como yo en ti”.

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