El 7 de diciembre de 1943, Silvia Lubich, joven maestra, nunca hubiera imaginado que, algunas décadas después, cuatro Papas, pronunciarían palabras tan apreciadas sobre su persona y sobre su familia espiritual.

No tenía ninguna idea de lo que vería y viviría en sus  88 años de vida. No podía pensar en los millones de personas que la seguirían. Ni imaginar  que con sus amigos habría llegado a 182 países, que inauguraría un nuevo período de comunión en la Iglesia y que abriría vías de diálogo ecuménico hasta ahora nunca practicadas. Mucho menos imaginaba que su familia acogería a fieles de otras religiones y personas sin una referencia religiosa. Es más, ni siquiera tenía idea de que iba a fundar un Movimiento.

Aquel 7 de diciembre de 1943, Chiara Lubich tenía solamente los sentimientos de una joven y bella mujer enamorada de su Dios, con quien firmaba un pacto nupcial, sellado con tres claveles rojos. Con eso le bastaba. No podía ni imaginar la sucesión de personas de todas las edades, categoría social y raza que la iba a acompañarían en sus viajes llamándola sencillamente “Chiara”.

Ni podía pensar, en su pequeña Trento natal, que sus intuiciones místicas darían lugar a una cultura de unidad idónea para una sociedad multiétnica, multirracial y multirreligiosa. Chiara Lubich se adelantó a los tiempos. Ella, mujer y laica, propuso temas y nuevos caminos en la Iglesia emprendidos más tarde por el Vaticano II. En una sociedad mundializada supo indicar el camino de la fraternidad universal cuando nadie hablaba de acercamiento entre civilizaciones. Respetó la vida y le buscó sentido al dolor. Trazó un camino de santidad religiosa y civil practicable por todos, no reservado a unos pocos elegidos.

En 1977, en el Congreso Eucarístico de Pescara, dijo: «La pluma no sabe lo que deberá escribir, el pincel no sabe lo que pintará y el cincel no sabe lo que deberá esculpir. Cuando Dios toma en sus manos a una criatura para hacer surgir en la Iglesia una obra suya, la persona elegida no sabe lo qué tendrá que hacer. Es un instrumento. Y este, yo creo, puede ser mi caso». Y también: «Fecundidad y difusión desproporcionadas a cualquier fuerza o inteligencia humana, cruces, cruces, pero también frutos, frutos, frutos en abundancia. Los instrumentos de Dios por lo general tienen una característica: la pequeñez, la debilidad… Mientras el instrumento se mueve en las manos de Dios, Él lo forma con miles y miles de tácticas dolorosas y alegres. Así lo hace cada vez más apto para el trabajo que debe desarrollar. Hasta que, adquiriendo un profundo conocimiento de sí mismo y una cierta intuición de quién es Dios, pueda decir con competencia: yo soy nada, Dios es todo. Cuando esta aventura empezó en Trento, yo no tenía un programa, no sabía nada. La idea del Movimiento estaba en Dios, el proyecto en el cielo».

Chiara Lubich originó el Movimiento de los Focolares. Nació el 22 de enero de 1920 en Trento y murió, rodeada por su gente, el 14 de marzo de 2008 en Rocca di Papa.

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