El Papa Francisco ha proclamado el año santo de la misericordia. Y qué necesidad tenemos de la misericordia! De ser mirados por Dios y por los hermanos con esa mirada, y de llenar nuestro corazón de ella para que sea el modo de relacionarnos con los demás. Recuerdo lo experimentado junto a una persona en la que pude constatar la misericordia vivida en modo superlativo. Su nombre es Renata Borlone.
Cuando la conocí, apenas llegué a Loppiano en setiembre de 1987, me impresionó muy fuertemente su “ser sólo amor”, lo que pude constatar mucho más en profundidad durante los dos años y medio que transcurrí allí.
Decía en su diario: “Su Amor y su Misericordia son más grandes que todos nuestros pecados. Los santos no son aquellos que no se equivocan nunca, sino más bien aquellos que creen que Dios los ama y permite las miserias para poner las raíces de su vida en la humildad”. Lo predicaba con sus palabras y con su ejemplo de vida.
Una mañana yo estaba trabajando. Tenía que arreglar un plafón y estaba en una escalera en el corredor que llevaba a su oficina. Algo en el corazón me producía dolor y no lograba resolverme. Renata pasó y entró en su oficina. Ni siquiera me vio, pero su ser me comunicó tan fuerte la presencia de lo divino, que en un instante todo se resolvió dentro de mí y reencontré la paz.
Pero cuando conocí más profundamente a Renata fue durante el 1989, el último de su vida. A un grupo nos guiaba todas las mañanas en el conocimiento de la espiritualidad de la unidad. Nos dejaba siempre algo nuevo en el alma, nos contaba experiencias muy bellas y profundas con una humildad abismal.
Ese año la municipalidad de Incisa, la localidad a la cual pertenece Loppiano, quería hacer un basural cerca de nuestras casas, un perjuicio enorme para la ciudadela. Algunas de nosotros fuimos a las reuniones que se hacían en la municipalidad. Razones para reaccionar no faltaban delante de una situación injusta, con intereses creados, con estudios del terreno falseados, pero en ella estaba sólo el amor heroico! La única recomendación que nos hizo fue que fuéramos sólo para amar. El asunto parecía inevitable e inminente, y toda la ciudadela de Loppiano se movilizó en una manifestación por las calles de Incisa, con ella –ya muy débil de salud- encabezando la marcha. El proyecto finalmente no se llevó a cabo, diluyéndose en la nada. Lo vi como un milagro de su gran amor.
Durante los últimos días de nuestra escuela, nos reunimos con ella para un momento de corrección fraterna entre todas. Cuando me llegó el turno, y me decían las demás lo que habían percibido en mí, me parecía que sufría más que yo por mis miserias! Como me quedó algún interrogativo, le pedí poder charlarlo. Ese coloquio fue un bálsamo para el alma, me sentí acogida hasta lo más profundo con un amor infinito y liberada de todo para renacer en el amor.
Ahora, que ella está en el Cielo y yo en Argentina, la relación con ella continúa, le he confiado muchas dificultades en mi vida, pidiéndole su ayuda, la que me llegó siempre. Quiero repetir con ella: “Veo, constato continuamente, cuanto me ama Jesús, me dona gracias. De mi parte, sin embargo, tengo que creer en Su Amor, en Su Misericordia que lava, colma todo”.
Florencia Decarlini