En octubre, como conclusión de la Semana Mundo Unido 2005, se realizó una conferencia telefónica que conectó a jóvenes de todas las latitudes. Dos amigos han contado su experiencia desde Tanzania. Después de haber escapado de Burundi cuando estalló la guerra, se refugiaron en un campo de la región de Kigoma, donde han dado testimonio de la fuerza de la unidad y de la coherencia cristiana, que hace fuertes y mansos, llevando junto a otros, también al campo, un rayo de esperanza. Ahora ambos han iniciado a estudiar en la Facultad de Periodismo. Pudieron salir del campo de refugiados gracias a las becas recibidas a través del Proyecto África.

«Cuando comenzó la guerra en Burundi en 1993, -cuenta R.- yo estaba en casa con mi familia, era un muchacho y trataba de vivir el Evangelio. Era allí, -en el Evangelio (n.d.t.)-, donde a pesar del clima de odio y violencia, encontraba la fuerza de seguir amando a todos, también a los enemigos, y la certeza de que el bien siempre vence al mal. Un día, con mi familia, ayudamos a algunos niños de otra etnia. Habríamos debido considerarlos enemigos… en cambio conseguimos salvarlos arriesgando nuestra propia vida.

En 1996 la situación empeoró, y en mi escuela había mucha violencia y fui torturado. Pero también en aquella dolorosa situación le pedí a Dios que me diera la fuerza de perdonar y de ayudar a esos hermanos míos a cambiar de vida. Como mi vida corría peligro, me vi obligado a huir a los campos de refugiados de Tanzania en la región de Kigoma. Allí he vivido durante 9 años».

«Nuestra vida en los campos –continúa K.- no ha sido fácil: hemos tenido que afrontar grandes dificultades: falta de techo, de comida, de ropa… pero en todo esto nos ha ayudado la elección de vivir coherentemente el cristianismo, una elección que nos ha llevado a hacer de cada dificultad un trampolín y a transformarla en amor.

En nuestro campo éramos 42 Jóvenes por un Mundo Unido muy comprometidos: este año pudimos construir nosotros mismos dos cabañas con barro y hierba para dos ancianos refugiados que no tenían dónde estar. También hemos ido a dos escuelas superiores del campo para compartir con los demás jóvenes nuestras experiencias del Evangelio vivido. Con la ayuda concreta de tantos jóvenes del mundo, a través del Proyecto África, hemos podido poner en marcha varios pequeños comercios, como la venta de mandioca, de harina de maíz y de aceite de palma.

Hace algunas semanas, hemos recibido un regalo inesperado, siempre gracias a estas ayudas: nos ha sido posible salir del campo de refugiados y transferirnos a Tanzania con dos becas, con las cuales ahora podemos empezar a frecuentar la Facultad de Periodismo».

(R. e K. – Tanzania)

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