Queridos jóvenes amigos:

Deseo enviar mi cordial saludo a todos ustedes, reunidos en Nieuwegein para la primera Jornada Nacional de los jóvenes católicos de Holanda. Saludo al Card. Adriano Simonis, Arzobispo de Utrecht y Presidente de la Conferencia Episcopal, y a todos los Obispos holandeses, expresando un vivo aprecio por la realización de esta feliz iniciativa. Además deseo agradecer el Werkgroep Katholieke Jongeren por el compromiso mantenido en estos años, y a los sacerdotes y laicos que los han sostenido en su reflexión. A través de este mensaje, queridos jóvenes, deseo hacerme presente espiritualmente en medio de ustedes y asegurarles que los acompaño en la oración. Sé que tantos de ustedes han formado parte del encuentro mundial de Colonia y para mí es motivo de gran alegría el hecho de que ahora quieran proseguir la experiencia iniciada con la Jornada Mundial de la Juventud, involucrando a sus coetáneos que no tuvieron la gracia de participar. Tener la reunión de hoy por invitación de sus obispos es un bellísimo signo para la sociedad holandesa: indica que ustedes no tienen miedo de ser cristianos y quieren dar testimonio abiertamente.

En efecto, la razón más profunda del encontrarse es encontrar al Señor Jesucristo. Así ha sido para quien participó en la reciente Jornada Mundial de la Juventud, que tenía como lema: “Hemos venido a adorarle” (Mt 2,2). Siguiendo las huellas de los Magos, animados por el anhelo de buscar la verdad, jóvenes de todos los rincones del mundo se dieron cita en Colonia para buscar y adorar al Dios hecho Hombre, y después, transformados por el encuentro con Él e iluminados por su presencia, han regresado a sus países, como los Magos, “por otro camino” (cfr Mt 2,12). De igual modo también ustedes han vuelto a Holanda deseosos de comunicar a todos la riqueza de la experiencia vivida, y hoy quieren compartirla con sus coetáneos. Queridos amigos, Jesús es su verdadero amigo y Señor, ¡entren en relación de verdadera amistad con Él! Él los espera y sólo en Él encontrarán la felicidad. ¡Cuán fácil es contentarse con placeres superficiales que la existencia cotidiana nos ofrece, cuán fácil es vivir sólo para sí mismos, gozando aparentemente la vida! Pero antes o después nos damos cuenta de que no se trata de la felicidad verdadera, porque ésta está mucho más profundo: la encontramos solamente en Jesús. Como he dicho en Colonia, “la felicidad que buscan, la felicidad que tienen el derecho de experimentar tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de Nazareth” (18 de agosto de 2005, Discurso tomado del archivo del Poller Rheinwiesen).

Por esto los invito a buscar todos los días al Señor, que no desea otra cosa sino que sean realmente felices. Establezcan con Él una relación intensa y constante en la oración y, por cuanto les sea posible, encuentren momentos propicios en su jornada para estar exclusivamente en Su compañía. Si no saben cómo rezar, pídanle que sea Él mismo quien se los enseñe y pidan a su celeste madre que rece con ustedes y por ustedes. El rezo del Rosario puede ayudarlos a aprender el arte de la oración con la simplicidad y profundidad de María. Es importante que en el corazón de sus vidas esté la participación en la Eucaristía, en la que Jesús se da a sí mismo por nosotros. Él, que murió por los pecados de todos, desea entrar en comunión con cada uno de ustedes, toca a la puerta de sus corazones para donarles su gracia. Vayan al encuentro de Él en la Santa Eucaristía, vayan a adorarlo en las Iglesias y permanezcan arrodillados ante el Tabernáculo: Jesús les colmará con su amor y les manifestará los pensamientos de su Corazón. Si se ponen a la escucha, experimentarán en modo cada vez más profundo la alegría de formar parte de su Cuerpo Místico, la Iglesia, que es la familia de sus discípulos reunidos estrechamente por el vínculo de la unidad y del amor. Aprendan además, como dice el Apóstol Pablo, a dejarse reconciliar con Dios (cfr. 2 Cor 5,20). Especialmente en el sacramento de la Reconciliación Jesús los espera para perdonar sus pecados y reconciliarlos con su amor mediante el ministerio del sacerdote. Confesando con humildad y verdad los pecados recibirán el perdón de Dios mismo a través de las palabras de su ministro. ¡Qué gran oportunidad nos ha dado el Señor con este Sacramento para renovarnos interiormente y progresar en nuestra vida cristiana! ¡Les recomiendo hacer constantemente un buen uso!

Queridos amigos, como les decía arriba, si siguen a Jesús nunca estarán solos porque forman parte de la Iglesia, que es una gran familia donde pueden crecer en la amistad verdadera con tantos hermanos y hermanas en la fe, diseminados en todas partes del mundo. Jesús tiene necesidad de ustedes para “renovar” la sociedad de hoy. Preocúpense de crecer en el conocimiento de la fe para ser testigos auténticos. Dedíquense a comprender mejor la Doctrina católica: si bien, mirándola con los ojos del mundo, puede parecer un mensaje no fácil de aceptar, en ella está la respuesta que sacia sus interrogantes más profundos. Tengan confianza en los pastores que los guían, Obispos y sacerdotes; injértense activamente en las parroquias, en los Movimientos, Asociaciones y Comunidades Eclesiales, para experimentar juntos la alegría de ser seguidores de Cristo, el cual anuncia y dona la verdad y el amor. Y precisamente empujados por su verdad, podrán construir un futuro mejor para todos.

Queridos amigos, les estoy cerca con la oración con el fin de que acojan generosamente el llamado del Señor, que les prospecta grandes ideales en grado de hacer bella y llena de alegría sus vida. Estén seguros: sólo respondiendo positivamente a su llamado, por exigente que les parezca, es posible encontrar la felicidad y la paz en el corazón. Les acompañe en este itinerario de compromiso cristiano la Virgen María y les sea de ayuda en todo buen propósito que hagan. Con tales sentimientos, imparto de corazón una especial Bendición Apostólica a todos ustedes reunidos en Nieuwegein, como también a aquellos que con amor y sabiduría los acompañan en su camino de crecimiento humano y espiritual.

Del Vaticano, 21 de Noviembre de 2005

BENEDICTUS PP. XVI

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