Movimiento de los Focolares
Maria Voce

Maria Voce

Biografia

Maria_VoceMaria Voce, elegida presidente del Movimiento el 7 de julio de 2008, por la Asamblea general de los Focolares, es la primera focolarina que reemplaza a la fundadora, Chiara Lubich, fallecida el 14 de marzo del mismo año. El 12 de septiembre de 2014 fue elegida para un segundo mandato consecutivo. Una elección fruto de la comunión entre los 500 participantes en la Asamblea General, provenientes de todo el mundo. (más…)

Asamblea Focolares: elegido el co-presidente

Asamblea Focolares: elegido el co-presidente

Assemblea-JesusMoran-b«Alguien me preguntó si había dormido esta noche. Le respondí que sí, pero que probablemente no sucedería lo mismo ¡después del partido de ‘mi’ Real Madrid contra el Atlético!». El 13 de septiembre de 2014, Jesús Morán Cepedano, recién elegido co-presidente de los Focolares para los próximos seis años, empezó con una broma, lo que permitió aligerar la intensidad del momento. Fue tangible la alegría de toda la Asamblea, mientras María Voce le agradecía por haber aceptado compartir con ella la responsabilidad del Movimiento. También la Santa Sede expresó la necesaria confirmación del nuevo co-presidente, como prescriben los Estatutos de los Focolares, con una carta firmada por Mons. Rylko en donde le desea «que desarrolle fiel y generosamente su tarea, en unidad profunda con la Presidente, para el bien de toda la Obra de María». Y ciertamente no podía faltar el gracias de María Voce a Giancarlo Faletti, co-presidente saliente,  «por haber compartido tan bien esta responsabilidad durante seis años», palabras seguidas por una standing ovation de toda la sala. En el Movimiento de los Focolares la figura del co-presidente pone de relieve el aspecto de la unidad, que encuentra su fundamento en las palabras de Jesús «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos» (Mt 18,20).  Según los Estatutos de los Focolares el primer deber del co-presidente es «estar siempre en la más profunda unidad con la presidente», como símbolo de la unidad del Movimiento «que, junto con ella o sustituyéndola, deberá servir también él».

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Jesús Morán Cepedano

Jesús Morán, es un focolarino sacerdote, nació en 1957 en Cercedilla (Madrid). Durante más de 25 años vivió al servicio de los Focolares en Chile, Bolivia, México y Cubay . Es graduado en Filosofía y Teología, miembro de la Escuela Abbá, el centro interdisciplinario de estudios del Movimiento. Desde el 2008 hasta hoy tuvo la tarea de consejero general para el aspecto de la formación cultural.El trabajo de la Asamblea prosigue con la elección de las y de los consejeros generales. Muy esperada la audiencia con el Papa Francisco el 26 de septiembre en el Vaticano.

La Desolada

La Desolada

20140915-01«Si la persona de Cristo y su enseñanza se injertó en la historia dividiéndola en dos y empujando a la humanidad al arrepentimiento, es decir al cambio, para renovarse y encarnar el hombre nuevo, en una ciudad nueva, dicha laceración, más o menos conscientemente, se verificó en el corazón de Maria, colocándola en el medio de las dos edades y de las dos mentalidades, a través de un esfuerzo, a veces amargo, para comprender a Jesús, para seguir a Jesús, para ser una con Jesús. La lección y el dolor no terminaron allí. Durante la predicación del Hijo llegó al punto en que, ya no pudo acercársele: no fue admitida en su presencia. María, en síntesis, se convirtió, como dijo la profecía de Simeón, en la madre desolada. Esa «desolada» pone el acento en la soledad, que ella padece sobre todo, cuando Jesús sale a vida pública y la deja en Nazaret, siendo ya viuda, entre una parentela adversa, y también cuando más adelante Jesús la deja como madre y pone a Juan como su hijo sustituto. Sola entre todos, la bendita entre las mujeres, la madre del género humano: la nueva Eva. Con este sufrimiento suyo Maria dolorosa colabora con la generación de la Iglesia;  del pueblo de Dios, el que luego le será dado por el mismo Cristo en la persona de Juan; es decir como su descendiente: el hijo que está en el lugar de Jesús, o mejor dicho, otro Jesús. De ese modo, si  la profecía de Simeón fue el comienzo del «martirio» de la Virgen, éste culminó para ella en el Calvario. Cuando una lanza de hierro traspasó el pecho de Jesús, esa lanza traspasó el alma de María. Bajo la cruz, María resultó ser netamente la mujer del pueblo que participa de la vida  de Dios. Se puede decir, en cierto sentido, que Jesús tuvo necesidad de ella, no sólo para nacer, sino también para morir. Hubo un momento en el que en la cruz, abandonado por los hombres en la tierra, se sintió abandonado también por el Padre en el cielo: entonces se dirigió a la madre, a los pies de la cruz: a la madre que no había desertado y que vencía la naturaleza para no caer en esa prueba bajo la cual cualquier mujer se habría derrumbado. Luego, muerto el Hijo, la madre sigue sufriendo. El muerto, es depositado en su regazo: más impotente de cuando era niño. ¡Un Dios muerto en el regazo de una madre viuda! Y es precisamente entonces que ella se convierte en reina. Pues Jesús recapitula la humanidad, no es una parte, sino la humanidad entera de todos los tiempos, la que custodia María en su regazo, la que se hace presente en esa desolación; es la madre y la reina de la familia humana que transita por las calles del dolor. Su grandeza es similar a su angustia: el dolor de una madre, que custodia la humanidad que se desangra, bajo la culpa, en el exilio de todos los tiempos. Cuando la madre del Amor Hermoso se convierte también en madre del dolor, y los siete dones del Esposo se convierten en siete espadas, se abre en su corazón un trauma, que junto a la llaga del Hijo, conduce a toda la humanidad al Padre, volviéndola a llevar a la fuente. Ha sido la generación – la regeneración- con la sangre y las lágrimas. Es en ese momento que ella se convierte en la colaboradora del Redentor, precisamente es esa función la que la hace más verdaderamente madre del Amor Hermoso. La une a nosotros, la ensimisma con nuestra suerte. Así la humanidad renace. Y así nace la Iglesia». De: Igino Giordani, Maria modello perfetto, Città Nuova, 2001, pp. 118-127