20140211ChiaraLubich1986

«Si nosotros ponemos a la base de las leyes o de las iniciativas sociales la mentalidad de irrespeto al que sufre, al incapacitado, al anciano, poco a poco creamos una falsa sociedad, porque damos importancia solamente a algunos valores, como la salud física, la fuerza, la productividad exasperada, el poder y alteramos el fin por el que vive un Estado, que es el bien del hombre y de la sociedad.

La salud, como se sabe, es un don precioso que es necesario salvaguardar.

Por eso, es necesario hacer de manera que nuestro físico y el de nuestros hermanos se nutra, descanse, no se exponga a enfermedades, a accidentes, a un deporte exagerado.

También el cuerpo, de hecho, es importante para un cristiano.

Pero, si la integridad del cuerpo estuviese en peligro, tenemos que recordar que hay una Vida que no está condicionada por nuestro estado de salud, sino por el amor sobrenatural que arde en nuestro corazón.

Y esta Vida superior es la que da valor a la vida física también durante la enfermedad.

De hecho, si las enfermedades se consideran sólo bajo el punto de vista humano sólo se pueden definir como desgracias. Pero si se miran con la perspectiva cristiana, vemos que son pruebas en las que nos entrenamos para la gran prueba que nos espera cuando debamos afrontar el paso a la Otra vida.

¿No ha dicho recientemente el Santo Padre que las enfermedades son ejercicios espirituales que Dios mismo nos predica?

Los enfermos tienen mayor fortuna, de otro tipo, que los demás.

La Iglesia, en ascética y mística, habla de las enfermedades no sólo como de algo que pertenece al campo de la Medicina, sino como purificaciones que Dios envía, por lo tanto, como peldaños hacia la unión con Dios.

La fe nos dice, además, que el hombre en las enfermedades participa de los sufrimientos de Cristo. Es, pues, otro Cristo crucificado que puede ofrecer su sufrimiento por lo que más vale: la salvación eterna de los hombres.

Nosotros, en el torbellino del trabajo y de la vida cotidiana a veces nos vemos tentados de considerar a las personas que sufren sólo como casos marginales a los que hay que ayudar para que superen rápidamente la enfermedad y vuelvan pronto a la actividad y no pensamos que ellos son, desde ahora, los que más pueden hacer y obrar.

Pero los enfermos son capaces de desarrollar bien su función en favor de la humanidad, si se sienten comprendidos y amados. Con el amor se les podrá ayudar a dar un significado a su estado, a ser conscientes de lo que ellos representan.

Y lo que vale para los enfermos, vale para los discapacitados. También el que tiene una incapacidad de cualquier tipo necesita amor.

Siente la exigencia de ser reconocido por el valor que tiene su vida: sagrada como cualquier otra vida, con toda la dignidad que de ello deriva. Necesita ser considerado como una persona que ha de vivir lo más posible conviviendo normalmente entre los demás hombres.

¿Y que podemos decir de los ancianos?

Toda vida necesita amor. También los ancianos necesitan amor.

Hoy en día, los ancianos constituyen incluso un problema, porque se nota un gran aumento de personas de edad avanzada, debido a que se prolonga el nivel medio de la vida.

Se advierte así que en la sociedad se tiende a marginar a los ancianos, a considerarlos, porque no producen, una carga social. Se habla de los ancianos como si fueran una categoría en sí, casi como si no se tratase de hombres.

Después, en los mismos ancianos, al desgaste físico acompaña, a menudo, un grave malestar psicológico: sentirse superados.

Hace falta volver a dar esperanza a los ancianos.

La vejez no es otra cosa que la tercera etapa de la existencia. La vida que nace, la vida que crece, la vida que declina no son sino tres aspectos del misterio de la existencia que proviene de Dios-Amor.

En ciertos países asiáticos y africanos el anciano es valorizado porque se le considera un maestro de vida, porque posee la sabiduría.

El anciano, efectivamente, es una persona que pone de relieve lo esencial, lo más importante. Recordemos lo que se dice de San Juan Evangelista que con más de 80 años, cuando visitaba las comunidades cristianas y le preguntaban cuál había sido el mensaje de Jesús, siempre respondía: «Amaos recíprocamente», como si no tuviese nada más que añadir. Pero con esta frase verdaderamente centraba el pensamiento de Cristo.

Privarse de los ancianos es privarse de un patrimonio.

Es necesario valorizarlos, amándolos. Y valorizarlos también cuando están enfermos, incluso de gravedad; cuando humanamente no existen esperanzas y la necesidad de asistencia es más exigente.

Ante Dios no existe vida, ni hay etapa de la vida, que sea indigna de ser vivida».

 

Centro Chiara Lubich

Video (en italiano)

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