Cables desconectados
«En los primeros años de matrimonio sucedía a menudo que el diálogo entre mi esposo y yo se interrumpía por diversidad de opiniones. A veces, después de choques verbales más bien fuertes, llegábamos al silencio total hasta por jornadas enteras. Los noticieros de televisión, que Gaetano seguía con mucho interés, llenaban por completo la breve pausa del almuerzo, cuando volvíamos de los respectivos trabajos. Un día, confiando en la ayuda de Dios, decidí enviarle un mensaje claro; salí rápido de la escuela y preparé un rico almuerzo, la mesa arreglada mejor que de costumbre, con flores y una vela encendida. Luego desconecté los cables de la televisión. Al llegar, Gaetano me preguntó sorprendido si había alguna fecha para celebrar. Nos sentamos a la mesa y, como siempre, intentó prender la televisión, pero en seguida entendió que no se trataba de una avería técnica. Riendo me abrazó, me pidió disculpas y juntos nos prometimos corregirnos siempre por amor el uno al otro. Ése fue un momento importante de crecimiento en nuestra relación». (Giulia – Italia)

En la cocina
«Durante mi turno en la cocina, no soportaba que los otros hermanos del convento, pasando, probaban lo que yo estaba preparando. Cada vez me ponía a la defensiva para que no tocaran nada.
Un día, leyendo en el Evangelio el texto que habla de la paja en el ojo de los demás y de la viga en el propio, me di cuenta de que el juicio que me había formado de mis hermanos me impedía quererlos.
Desde entonces, cuando alguno pasaba por la cocina, lo invitaba a probar lo que estaba preparando y le pedía consejos, por ejemplo si le debía agregar más sal. Poco a poco el clima en el monasterio cambió». (Padre Krzysztof – Polonia)

1822414_960_720-01Amar es arriesgarse
«Hace un tiempo, un chico de quince años, analfabeto, ya bien encaminado en la senda de la delincuencia, empezó a venir a nuestra casa. Muchos nos habían aconsejado que tuviéramos cuidado al acogerlo y que evaluáramos bien si no era mejor ayudarlo manteniéndolo lejos. Sin embargo, nosotros estábamos convencidos de que en él estaba Jesús, y teníamos que amarlo con los hechos, aun a costa de correr algún riesgo. A menudo ese chico se quedaba con nosotros, salía con nosotros, jugaba con nuestros hijos. Después de varios meses, el instinto del robo se hizo sentir nuevamente y se llevó un dinero que teníamos en casa. Cuando lo descubrimos, decidimos hablar con él. En un primer momento se resistió, luego admitió el hecho y, llorando, nos pidió disculpas y nos prometió que nos devolvería lo robado. Pero sobre todo se tranquilizó sabiendo que podía seguir contando con nuestra amistad y que, si llegara a necesitar plata, bastaría con pedírnosla.
Ahora ya no roba y ha encontrado un trabajo». (D. L. – Italia)

Colega difícil
«Parecía como si un colega me tuviera en la mira. A cualquier cosa que yo hacía, él se oponía. Mientras eran pequeñas cuestiones, lo soportaba. Pero a veces, ante realizaciones importantes de la empresa, se ponía en contra de todos. El trabajo se había vuelto insoportable.
¿Qué hacer? El sacerdote con el que hablé me aconsejó antes que nada que me liberara del rencor y de los recuerdos negativos, y tratara de mirar a ese colega con ojos nuevos. Lo intenté. Y, hecho imprevisible: en la siguiente reunión de trabajo ¡parecía otra persona! Evidentemente no dependía sólo de él». (F. L. – Serbia)

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