Las arrugas del desencanto
«Después de años de matrimonio me di cuenta de que el hombre que vivía a mi lado ya no era aquél que me había hecho perder la cabeza. Pero ahora estaban los hijos y la vida había ido adelante. Un día una amiga me dijo: «Te veo envejecer mal. En lugar de crecer en el amor, están aumentando las arrugas del desencanto». Era verdad, en lugar del amor y de la donación había puesto mis principios de justicia. Traté de cambiar la actitud hacia mi marido y descubrí que más que nunca necesitaba mi apoyo. Ahora las cosas han cambiado. En la familia entre todos circula un amor más grande». (M.F. – Polonia)

La farmacia
«Los empleados de la farmacia donde trabajaba antes habían sido despedidos. Todos excepto yo. Pero a los nuevos administradores no los motivaba el bienestar de los clientes sino el interés. El ambiente también cambió rápidamente. Durante algunos meses traté de hacer lo posible para que mejoraran las relaciones entre los empleados y los clientes. Fue un tiempo precioso en el que aprendí a ser más misericordiosa. Pero después también a mí me despidieron. A pesar de eso, confiaba en la Providencia, que no me desilusionó: inesperadamente me ofrecieron trabajo en otra farmacia para sustituir a un empleado que se había pensionado». (C.T. – Hungría)

Mis pacientes “difíciles”
«Desde hace varios años trabajo como médico en un instituto especializado en pacientes en estado vegetativo, por lo general quedan traumatizados después de un accidente. El itinerario de recuperación del coma es muy complejo y no es seguro que suceda. A los familiares que me preguntan si su pariente se despertará les respondo que por lo general no podemos prever lo que va a suceder, y que sólo Dios conoce su futuro. Nosotros somos sólo instrumentos en sus manos. Es imposible permanecer indiferente ante tales tragedias. A veces, mi fe como cristiano ha vacilado. Pero pienso que estos pacientes “difíciles” tienen una función social importante: para los parientes y amigos se vuelven el centro de convergencia de la familia y despiertan en ellos su capacidad de donación». (Elio – Italia)

Resurrección
«Droga, prostitución… Desde hace dos años estaba acompañando a mi amigo Mario en su calvario. Él se había alejado de Dios, pero respetaba mi forma de vivir la fe. Cuando fue internado en el hospital, lo iba a visitar frecuentemente. Me preguntaba: «¿Por qué lo haces? ¡Provengo de un mundo completamente distinto del tuyo!». Durante la recuperación tuvo modo de reflexionar y un día me dijo: «He tratado de convencerme de que Dios no existe, porque eso me habría obligado a cambiar de vida. Pero ahora no puedo seguir adelante así. Eres la única persona realmente feliz que he conocido. Quisiera tanto vivir como tú». Le propuse que tratara de poner en práctica una Palabra del Evangelio a la vez. ¡También yo intento hacerlo, y funciona! Porque confiaba en mí, aceptó intentarlo. Sobre todo se le hacía difícil cambiar el sentido de la palabra “amar”, que para él sólo quería decir prostituirse por dinero. Fue un camino difícil, entre caídas y nuevos intentos. Un día se acercó al sacramento de la confesión. Estaba radiante. Después sucedió el accidente en el que perdió la vida. Dios lo esperaba allí. Pero ya estaba preparado». (S.V. – Suiza)

 

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