Una comunidad educativa
Soy la directora de una escuela de un pueblo pobre y aislado, con un altísimo porcentaje de desocupación y deserción escolar. Construyendo relaciones profundas con los alumnos, con sus familias, los colegas y los educadores, he sentido la alegría de ver nacer una “comunidad educativa” caracterizada por la promoción de la dignidad de la persona y de la apertura a los demás. Para ayudar a los jóvenes para que no abandonen la escuela, además de la “adopción” de alumnos y de sus familias, abrimos un Centro dedicado a la producción de artesanías. Este proyecto recibió también un reconocimiento de la presidencia. Desde hace algún tiempo debo limitar mi actividad por una enfermedad, pero mientras tenga vida lucharé para que la educación ayude a descubrir el valor de sí mismos y el amor de Dios.
(I. Argentina)

Acoger el dolor de los demás
El golpe que la familia recibió, después del suicidio de mi hermano, fue muy fuerte. La vida no era más la misma. Comencé a tener dudas de fe. Mis días eran cada vez más vacíos. Un día me di cuenta de que con mi actitud no ayudaba a mis padres. Entonces hice acopio de fuerzas para acoger su dolor y hacer de forma que sintamos menos el peso de la tragedia. De este modo, lentamente, sentí que mis heridas se iban sanando. Fue una conquista que me ayuda ahora que me he convertido en mamá.
(O.M. – Alemania)

Le di espacio a los demás

A los 24 años me casé con Marcello, con quien me unía un profundo entendimiento y el proyecto de formar una linda familia, en un camino de fe. Quince años después, por causa de un accidente, Marcello falleció. Durante seis años quedé encerrada en mí preguntándome “¿por qué?”, hasta que acepté la invitación de asistir a un Congreso. Sentir hablar de Dios Amor me desconcertó. Poco a poco, algo comenzó a cambiar dentro de mí.  Cuando escuché que, por amor nuestro, Jesús en la cruz sufrió la prueba de sentirse abandonado por el Padre, también mi grito comenzó a tomar sentido. Mi situación no había cambiado. Seguía siendo viuda, pero dentro de mí comencé a amar. Mirando a mi alrededor, encontré a muchas personas que sentían también ellas un gran vacío. Cuanto más espacio les hacía, tanto más Dios me colmaba de paz.
(A. – Italia)

Para el que entra después que yo
Soy docente. Al finalizar la clase, trato de dejar el aula acogedora para el que entra después: dejo la cátedra en orden, el pizarrón limpio, las ventanas abiertas para que el aire cambie. Tenemos dos canastos, uno para los papeles y otro para lo demás. A veces, si los encuentro en desorden, me ocupo de clasificar los desechos y colocarlos en el canasto correcto. Si por hacer esto, pierdo algunos minutos de descanso, que me resultarían útiles para recuperar energías, creo, sin embargo, que es un tiempo bien “perdido”.
(A. – Suiza)

Antes que nada el diálogo
Durante el período de la adolescencia de nuestros hijos, comenzaron las primeras desavenencias con ellos. También había tensiones entre mi marido y yo pues teníamos modos distintos de enfrentar las situaciones. Cuando nos dimos cuenta de que estábamos perdiendo la relación con  los hijos, en particular con uno de ellos, comprendimos que lo mejor era ir más allá de las propias ideas, y ponerse primero que nada a amar, buscando un diálogo constructivo entre nosotros y con ellos. Ahora son adultos, pero somos conscientes de que nuestra función educativa, no terminó. Al contrario.
(Mariolina – Italia)

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