El 8 de mayo de 2004 en Stuttgart, en Alemania, Chiara tenía delante a casi 9000 personas en la primera cita de “Juntos por Europa”. Un momento histórico, en el que ofreció la llave para construir la paz en el continente-mosaico que es Europa y en el mundo entero: construir fragmentos de fraternidad universal.

La fraternidad universal es y ha sido una aspiración profundamente humana, presente – por ejemplo – en almas grandes.

Martin Luther King decía: «Tengo un sueño: que un día los hombres (…) se darán cuenta de que han sido creados para vivir juntos como hermanos (…); y que la fraternidad (…) será el orden del día de un hombre de negocios y la palabra de orden del hombre de gobierno».[2]

El Mahatma Gandhi, refiriéndose a sí mismo afirmaba: “Mi misión no es, simplemente, la fraternidad de la humanidad india. (…) Sino que a través de la realización de la libertad de la India, espero realizar y desarrollar la misión de la fraternidad de los hombres».[3]

La fraternidad universal ha sido también el programa de personas que no estaban inspiradas por motivos religiosos.

El proyecto mismo de la Revolución francesa tenía como lema: “libertad, igualdad, fraternidad”. Pero aunque después numerosos países, al implantar regímenes democráticos, lograron poner en práctica, de algún modo, la libertad y la igualdad, la fraternidad, en cambio, fue más anunciada que vivida.

Pero quien, por el contrario, ha proclamado la fraternidad universal y nos ha dado el modo de realizarla ha sido Jesús. Él, revelándonos la paternidad de Dios derribó los muros que separan a los “iguales” de los “diferentes”, a los amigos de los enemigos. Y liberó a cada hombre de mil formas de subordinación y de esclavitud, de toda relación injusta, realizando así una auténtica revolución existencial, cultural y política.

Muchas corrientes espirituales, además, a lo largo de los siglos, han tratado de desarrollar esta revolución. Una vida verdaderamente fraterna fue, por ejemplo, el proyecto audaz y obstinado de Francisco de Asís y de sus primeros compañeros[4], cuya vida es un ejemplo admirable de fraternidad que abraza junto a todos los hombres y las mujeres también el cosmos con el hermano sol, la luna y las estrellas…

El instrumento que Jesús nos ha ofrecido para realizar esta fraternidad universal es el amor: un amor grande, un amor nuevo, distinto del que conocemos habitualmente. En efecto, Él, Jesús trasplantó en la tierra el estilo de amar del Cielo.

Este amor exige que se ame a todos: es decir, no solamente a parientes y amigos; pide que se ame al simpático y al antipático, al compatriota y al extranjero, al europeo y al inmigrante, al de la propia Iglesia y al de otra, de la propia religión y de la que es diferente. […]

Este amor pide que se ame también al enemigo, y que se le perdone si es que nos hubiera hecho daño. […]  Me refiero, por tanto, a un amor que no hace distinciones y toma en consideración a todos aquellos que están físicamente a nuestro lado, pero también a aquellos de los que hablamos o se habla; a los destinatarios del trabajo que nos ocupa día a día, a aquellos de los que sabemos alguna noticia por el periódico o la televisión. Porque así ama Dios Padre, que manda el sol y la lluvia sobre todos sus hijos, sobre los buenos y los malos, sobre los justos y los injustos (Cf. Mt 5,45).

La segunda exigencia de este amor es que seamos los primeros en amar. El amor que Jesús trajo a la tierra es desinteresado; no espera el amor del otro, sino que toma siempre la iniciativa, como Jesús mismo hizo dando la vida por nosotros cuando todavía éramos pecadores, y por lo tanto no amábamos.

[…] El amor que Jesús trajo no es un amor platónico, sentimental, de palabras, es un amor concreto. Exige que se vaya a los hechos, y esto es posible si nos hacemos todo a todos: enfermos con quien está enfermo; alegres con quien está alegre; preocupados, inseguros, hambrientos, pobres con los demás.  Y sintiendo en nosotros lo que los demás sienten, actuar en consecuencia.

[…] Además, cuando este amor es vivido por varias personas, se hace recíproco, y esto es lo que Jesús subraya más: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn. 13,34). Es el mandamiento que Él llama suyo y “nuevo”.

A este amor recíproco no están llamados solo los individuos, sino también los grupos, los Movimientos, las ciudades, las regiones, los Estados. Los tiempos actuales exigen, de hecho, que los discípulos de Jesús adquieran una conciencia “social” del cristianismo. Es más urgente y necesario que nunca que se ame la patria del otro como la propia.

[…] Este amor, que alcanza su perfección en la reciprocidad, expresa la potencia del cristianismo porque atrae sobre esta tierra la misma presencia de Jesús entre nosotros, hombres y mujeres. ¿Acaso no dijo Él: “Donde dos o tres están unidos en mi nombre yo estoy en medio de ellos (Mt 18,20)?”

¿Y esta promesa suya, no es una garantía de fraternidad? Si Él, el hermano por excelencia, está con nosotros, ¿cómo podremos dejar de sentirnos hermanos y hermanas los unos de los otros?

[…] Que el Espíritu Santo nos ayude a todos a formar en el mundo, allí donde estamos, porciones de fraternidad universal cada vez más extendidas, viviendo el amor que Jesús nos trajo del Cielo.

Chiara Lubich

 

[2] Cf. MARTIN LUTHER KING, Discurso de la Vigilia de Navidad 1967, Atlanta, cit. en Il fronte della coscienza, Torino 1968.
[3] M.K. GANDHI, Antichi come le montagne, Milano 1970, p.162.
[4] Cf. Card. R. Etchegaray, Homilía con motivo del Jubileo de la Familia franciscana, en «L’Osservatore Romano», 12 de abril de 2000, p.8.

1 Comment

  • Sim, eu estava presente, neste momento na sala. MOMENTO DE LUZ, GRAÇA, É COMPROMISSO. Recomeçando sempre, vivo «para o que todos sejam uma só família».

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