Hacerse cargo de los demás reconstruye la comunidad, es la experiencia de Teresa Osswald, de la ciudad de Oporto en Portugal, ella es animadora de un pequeño grupo de niños.

Poner atención a lo que sucede a nuestro alrededor.  Dedicar tiempo y energías a quién tiene necesidad. Ponerse en el lugar del otro y compartir alegrías y esfuerzos.  A menudo amar a quién está a nuestro lado significa entrar  en la trama de lo cotidiano y hacerse prójimos.

Es la experiencia de Teresa Osswald, quien en la ciudad de Oporto, Portugal, es la animadora de un pequeño grupo de niños.

Como todos los años, cuando cierra la escuela para las vacaciones de verano, los niños gozan del descanso al aire libre, quién en el mar, quién es la montaña, quién en la ciudad, pero hay algunos que no tienen esta posibilidad, porque sus familias tienen dificultades económicas o no tienen familiares o amigos que se puedan hacer cargo de ellos mientras los papás están en el trabajo, por lo tanto experimentan una condición de aislamiento social, también porque vienen de países lejanos, con culturas, tradiciones y religiones diferentes.

Es la historia de tres niños portugueses cuyos padres son originarios de la isla San Tomé en la costa occidental de África. Por lo general las vacaciones las transcurren en su casa solos y sin hacer nada. También este año habría sido así si no fuese porque Teresa hizo suya su situación. Como para otros niños y otras familias en las mismas condiciones. “Tenía un gran deseo de dar una respuesta para todas estas situaciones -cuenta- pero, al menos a una familia logramos ofrecersela. A finales de julio hablé con una amiga sobre estos tres niños que iban a pasar el mes de agosto solos en la casa. Al día siguiente me hizo llegar la información de los campamentos de verano de nuestra ciudad”.

Pero los cupos eran pocos, y la solicitud la estábamos enviando tarde y no era seguro que los niños pudieran participar. Teresa confió todo a Dios: “que se haga Tu Voluntad”. Fue así que encontramos los cupos y el costo del campamento lo sumió la comunidad de los Focolares presente en la ciudad. Quien donó una suma después experimentó el “regreso” desde otra parte. Es así que se realiza el Evangelio, pensó Teresa: “Den y se les dará”  (Lc 6, 38). Después surgió la necesidad de acompañar a los niños al campamento en la mañana y de regresarlos a su casa en la tarde. No era fácil encontrar el tiempo entre todos los compromisos cotidianos, pero igualmente Teresa se ofreció: “viendo a los tres niños que corrían felices hacia mi automóvil. No quedaba otra cosa que hacer que atarle los cordones de los zapatos a la más pequeñita y todo estaba bien”.

Después de una semana llegó una llamada telefónica: era una persona amiga que para ayudar se ofrecía a acompañar a los niños en mi lugar. “Fue así que con el pequeño aporte de tantos -explica- estos niños tuvieron la oportunidad de nadar, bailar, socializar, en lugar de quedarse encerrados en la casa. Sobre todo tuvieron la oportunidad de contagiar a los maestros y a los otros niños con su alegría y gran generosidad”. Y también fue bello sentir la alegría de la mamá, conmovida y agradecida. “Sus palabras fueron tan fuertes que me sacudieron -confiesa Teresa- interesarnos por lo que sucede a nuestro lado y  hacernos cargo del otro hos permitió construir un pedacito de mundo unido en nuestra comunidad”.

 Claudia Di Lorenzi

 

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