La experiencia de los Focolares es vivir en la alegría de la unidad, efecto del amor recíproco, que es la voluntad de Dios para todos nosotros.

Queridos, para confirmar una vez más nuestra espiritualidad colectiva, me ha salido al paso en estos últimos días un librito que me han indicado recientemente.

Es del beato Balduino, que vivió en el siglo XII. Abad cisterciense, llegó a obispo, luego a primado de

Inglaterra y después a legado pontificio

En sus escritos[1] habla de que los monjes tienen necesidad no solo de vivir bien la soledad (O beata solitudo o sola beatitudo), sino también de realizar la «comunión» con los hermanos.

Cita la frase: « ¡Ay del que está solo!»[2] Y dice: «El amor odia estar solo». […] Así pues, para el beato Balduino está el amor de quien ama y busca la comunión, que él llama «el amor de la comunión», y la correspondencia de amor por parte del amado, que hace que nazca entre los dos la «comunión del amor». […] La «comunión del amor», según él, lleva a la bienaventuranza tal como se puede experimentar en la tierra.

Es nuestra experiencia: se trata de la alegría de la unidad, efecto del amor recíproco, que es voluntad de Dios para todos nosotros.

[…] Si vivimos nuestra vida cristiana plenamente, como nuestro Ideal enseña (y es en el amor recíproco), participamos –en la medida de lo posible en la tierra– de la gloria y la alabanza que están en la Santísima Trinidad; participamos de ella en nuestra relación con Dios (podemos glorificarlo a nuestra vez y alabarlo dignamente) y participamos de ella en nuestra relación recíproca.

Dice el beato: «Todo bien, por el mero hecho de ser bien, necesita alabanza». «Todo bien», todo amor verdadero, y por tanto, también el que hay entre nosotros.

Esta gloria y alabanza recíprocas, ínsitas en el amor mutuo, son las que nos hacen gozar con sencillez de

todo lo que hay de alegre en nuestra vida de comunión.

[…] Tendamos siempre allí, al amor recíproco, a la comunión del amor, y dejémonos iluminar y calentar por la irradiación de su esplendor de alabanza y de gloria, solo para la gloria de Dios, para ser cada vez más dignos y estar cada vez más dispuestos a llevar este amor allí donde se hiela en la indiferencia recíproca y donde se muere de frío.

Chiara Lubich

 

(En una conferencia telefónica, Rocca di Papa 26 de octubre de 1995)
Cf. Chiara Lubich, Un pueblo de santos, Ciudad Nueva 2001, pp. 76-79.

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[1] Baldovino di Ford, Perfetti nell’amore, Qiqajon, Comunità di Bose, Magnano 1987.
[2] Si 4, 10.

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