Una entrega a domicilio especial, se trata de una actividad alternativa que la Espiga Dorada (Espiga Dourada), la panadería que está en la entrada de la Mariápolis Ginetta (San Pablo, Brasil), ha creado para poder garantizar su servicio cotidiano también en época de pandemia.

“Esta emergencia realmente ha cambiado todo, pero al mismo tiempo nos ha donado una visión nueva, distinta, diría que mucho más bella, más libre. Nos dimos cuenta de las nuevas necesidades que las personas tienen”.

Son las palabras de Adriana Valle, focolarina italiana quien se trasladó a Brasil hace ya más de 41 años. A pocos pasos de la Mariápolis Ginetta, la ciudadela de los Focolares que está a la entrada de San Pablo, se encuentra la Espiga Dorada (Espiga Dourada) y Adriana es la responsable de esta actividad que empezó en 1988 en la calle y solo después se convirtió en una verdadera panadería. Hoy como entonces, en este lugar se ofrece a los clientes mucho más que un simple pan, es un punto de referencia para todos los que quieren participar en esta misión que ni siquiera el Covid ha podido frenar.

“La pandemia llegó de forma repentina y puso en crisis todos nuestros planes -continua Adriana. A pesar de que estábamos entre las pocas actividades que podían seguir abiertas, la normativa no nos permitía continuar nuestro trabajo como siempre. No podíamos acercarnos a la gente, servirles en la mesa y los clientes sólo podían entrar y llevarse el pan rápidamente, impidiendo incluso una breve conversación. Muchos ya no salían de sus casas y fue entonces que nos preguntamos qué podíamos hacer por estas personas, para hacerles llegar nuestros productos y nuestra presencia en este período tan difícil. Fue así que nació la idea de crear un servicio de entrega a domicilio. Involucramos a una persona adherente del Movimiento de los Focolares que en ese momento estaba sin trabajo y con una camioneta empezamos las entregas. Llegó una lluvia de pedidos. Empezamos a crear nuevos productos, a ofrecer también comida caliente, a hacer paquetitos con productos de primera necesidad y nos dimos cuenta que, cuando las personas los recibían estaban felices. Además, gracias a la Providencia, logramos superar la crisis económica y esto nos ha permitido mantener a todos nuestros empleados”.

¿Qué tipo de experiencias han vivido en este período?
“Hemos asistido a verdaderos milagros de amor en este tiempo de pandemia. Durante la fiesta de la madre del año pasado todavía estaba prohibido encontrarse y recibimos muchísimos pedidos por parte de los hijos de nuestras clientas quienes, no pudiendo visitar a sus mamás, querían enviarles un cesto de regalo. Conociendo los gustos de las personas preparamos los pedidos en forma personalizada y también escribimos tarjetitas de felicitación. Trabajamos día y noche en ese período y lo mismo sucedió para Navidad. Llenar la soledad de las personas, incluso solo con una sonrisa, no tiene precio. La pandemia también nos ha permitido conocer mejor a nuestros empleados. Muchos tenían que tomar medios de transporte público para venir al trabajo y esto era un riesgo para su salud. Entonces algunos jóvenes y algunos focolarinos se ofrecieron para irlos a buscar en la mañana y llevarlos de regreso a su casa en la noche. Se creó una bellísima red de ayuda y, a través se este servicio, al acercarnos a la cotidianidad de ellos, llegamos a saber también de algunas dificultades que estos empleados estaban viviendo. Nos pusimos en acción, para dar una mano, como se hace en una familia, y esto realmente involucró a todos. Incluso un cliente nuestro que no es creyente, al enterarse de las dificultades que pasaban algunas persona que conocíamos, todos los meses nos deja pequeños aportes y es así como, poco a poco, la masa sigue creciendo y esta levadura del amor, sigue difundiéndose”.

Adriana, ¿qué representa para ti hoy la Espiga Dorada?
“Este lugar nació para amar a la gente y aquí todos se pueden sentir en casa. El nuestro es un lugar de paso para muchísimas personas que pertenecen a todas las clases sociales. Empresarios, personas acaudaladas, pero también obreros, hombres y mujeres sencillos. Todos entran aquí pero difícilmente lo hacen sólo para comprar algo. Algunas veces vienen para que les demos los buenos días, para intercambiar un par de palabras, para pedir ayuda. Las personas más pobres vienen en la madrugada para retirar el pan del día anterior que les donamos, quienes en cambio tienen más posibilidades nos dejan un aporte”.

Maria Grazia Berretta

Mira también: Brasil: Las “chicas del pan” | ConexiónCH (focolare.org)

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