En América Latina la mayoría de la población pertenece a la Iglesia Católica romana, pero desde hace ya tiempo el conocimiento entre las varias Iglesias se va abriendo camino. El trabajo compartido en lo social, permite que los cristianos  puedan encontrar cada vez más espacios de verdadera unidad. Uno de los momentos más fuertes es la Semana de oración por la unidad de los cristianos, que en el hemisferio sur se celebra en torno a la fiesta de Pentecostés.  Cada vez más, los jóvenes son los protagonistas, realizando acciones concretas.  

Los jóvenes siempre se han sentido atraídos por lo desconocido, por lo que es distinto, por todo lo que representa una novedad. Incluso en el ámbito religioso, siempre están abiertos a los que no son de la propia iglesia. Es una experiencia que está realizando Ikuméni, un taller para jóvenes cristianos de América Latina que pertenecen a distintas iglesias y tradiciones cristianas.

“Desde el primer día me di cuenta de que iba a ser un reto personal para cada una de las personas presentes, empezando por mí que todos los días estoy en contacto sobre todo con personas católicas, como yo. En este curso todo era nuevo y cada uno de los participantes provenía de una iglesia diferente”, dice Carolina Boyacá, una joven colombiana de los Focolares.

Los jóvenes cristianos de distintas tradiciones se hacen compañeros de camino en este recorrido de formación, que es una verdadera experiencia inédita en el campo ecuménico. Partiendo de la fe común en Cristo cada uno se prepara para ponerse al servicio, tanto en el campo del desarrollo sustentable, como de la paz o de la asistencia humanitaria.

“En agosto de 2021 asistí en forma virtual  –nos sigue contando Carolina– al curso para jóvenes sobre las buenas prácticas ecuménicas e interreligiosas.  Ya desde el comienzo se creó un clima muy bonito entre todos y sentíamos fuertemente el anhelo de construir relaciones y conocernos mejor… Al afrontar cada una de las temáticas también nos dimos cuenta de que, para ir adelante, muchas veces teníamos que dejar a un lado prejuicios o preconceptos que a menudo se crean dentro de una comunidad, y que no nos permiten abrir la mente y el corazón a recibir al otro. Sólo así es posible descubrir la belleza que nos une, y también las diferencias que nos hacen ser lo que somos como iglesia o realidad eclesial, sin que sea un impedimento trabajar juntos por un mundo más fraterno. Con el trascurso de los meses nos fuimos conociendo y tuvimos nuestro primer encuentro cara a cara. Realmente fue constatar que nuestra relación se había afianzado, que nos podíamos abrazar, rezar, dialogar y descubrir la diversidad y la riqueza de cada uno, la mía también”.

Los jóvenes que siguen este taller se preparan para el servicio en común. Como dice el documento Servir al mundo herido del Consejo Ecuménico de las Iglesias y el Pontificio Consejo para el diálogo interreligioso, los cristianos tienen que sentir ahora la urgencia de un testimonio común: cristianos juntos en el servicio, incluso comprometiéndonos con personas de otras religiones en una solidaridad interreligiosa.

Carolina y su grupo también se pusieron manos a la obra: “En diciembre, con otra joven del movimiento de los Focolares que participaba en el curso, queríamos llevar regalos a una comunidad indígena desplazada por la violencia y que viven en los suburbios de Bogotá.  Les propusimos a todos la idea y hubo una hermosa respuesta: muchos donaron algo y aseguraron sus oraciones demostrando que, por más que pertenezcamos a iglesias diferentes, lo que nos motiva es ese amor inspirado en Jesús que es nuestro modelo común. Para terminar nuestro aprendizaje –sigue diciendo Carolina– cada uno de nosotros tuvo que relatar las actividades llevadas a cabo durante un encuentro presencial que se hizo en Buenos Aires (Argentina). El encuentro era  con los participantes del curso Ikuméni, pero también contamos con la presencia de miembros de otras religiones que con alegría compartieron su pensamiento y sus actividades concretas. Fue un momento especial para podernos abrir también al diálogo interreligioso”.

Una experiencia completamente nueva; un testimonio de la fraternidad que se construye a partir del esfuerzo de cada uno y el fuerte anhelo de conocerse y hacer cosas grandes, todos juntos.

“El curso ha terminado –remarca Carolina–, pero es sólo el primer paso para responder a un llamado personal y continuar consolidando nuestras relaciones, podernos ayudar en esas actividades que nos permiten ampliar nuestro horizonte y seguir trabajando para que el mundo unido sea cada vez más una realidad”.

Carlos Mana

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