Dejar que Dios habite en nosotros: éste es el punto de partida para custodiar y dar testimonio con alegría del valor inestimable de la unidad y de la paz, en la caridad y en la verdad; para enriquecerse y ser semillas de bien y de hermandad para el mundo.

Sin medir el odio
Vivo en una pequeña ciudad de Ucrania, en el límite con Eslovaquia. Aquí no llegan bombas, pero sí llegan sus tremendas consecuencias: gente desplazada, con sus carencias; la necesidad de linternas, velas, medicamentos, abrigo… Una gran oscuridad ha invadido nuestra tierra.  Las noticias de los que traicionan, de los que se enriquecen en estas dramáticas situaciones, o de los que se aprovechan de los demás, los chacales… están a la orden del día. Cuando el mal triunfa, no tiene reglas, ni límites. Pero a pesar de todo, también vemos otra cosa: gente que se siente partícipe del dolor de los demás y busca soluciones. Se percibe la necesidad del calor de la familia, de la protección y la solidaridad. Asisto a esta paradoja de una guerra del mal y del triunfo del bien. Nos contamos la historia de Chiara Lubich y de sus primeras seguidoras; ellas también empezaron durante una guerra y no midieron el odio que había, sino que encendieron el bien y luego lo esparcieron por todas partes. Realmente las fuerzas del mal no prevalecerán. Nuestra gratitud es una verdadera oración que se levanta hasta el cielo como un canto de alabanza a Dios que es Amor.
(S.P. – Ucrania)

Una cadena de amor
En la sala de espera de mi negocio, entre las clientes, el intercambio de noticias es una costumbre, y como desde hacía tiempo no veía a una anciana, la señora Adela, que periódicamente venía a vernos, pregunté por ella a una de las señoras. De esa manera me enteré de que Adela estaba gravemente enferma. Impulsada por el deseo de volver a verla, un día decidí ir a visitarla. Encontré a la señora Adela sola y sin parientes, en un estado de completo abandono y enseguida lancé un pedido de ayuda, buscando a alguien que pudiera hacerle compañía. Muy pronto tres clientes respondieron y se comprometieron positivamente. Nació así una hermosa competencia hasta que el hijo de una de ellas hizo de todo para que pudiera ingresar en una casa que le ofrecía asistencia y atención médica. Yo también me ofrecí para prestar mis servicios como peluquera, no sólo para Adela sino también para todas las que lo quisieran. La historia de Adela me demostró que es suficiente empezar con actos concretos de caridad; la cadena del amor se pone en marcha con mayor velocidad y eficazmente.
(F.d.R. – Italia)

Una escuela de solidaridad
En el desierto, en las afueras de la ciudad de Egipto en donde me encuentro, viven 1000 personas enfermas de lepra. Hasta hace algunos años nadie sabía de esa colonia. Fuimos para verificar la situación y descubrimos que carecían de todo. Ni siquiera los médicos iban a verlos. Acordé la acción con la Caritas, abrimos nuestro grupo a otros jóvenes cristianos y musulmanes con los que vamos allí en los días libres del trabajo. Dos de nosotros, estudiantes de medicina, se ocupan de la asistencia médica, para lo cual se informaron sobre los nuevos métodos de tratamiento de la lepra. Otros pusieron a disposición su tiempo para pintar las casas y hacerlas más habitables. Un joven periodista publicó algunos artículos en varios periódicos y revistas con la finalidad de informar y sensibilizar al problema a la mayor cantidad de personas posible. Sobre todo nos dimos cuenta de que los enfermos de esa colonia necesitan que alguien los escuche, ya que eso es casi más importante que los medicamentos. Esta experiencia ha sido para cada uno de nosotros un verdadero aprendizaje: nos ha hecho entender que cada uno de nosotros puede dar su aporte en función de los demás.
(H.F.S.- Egipto)

A cargo de Maria Grazia Berretta

(extraído de  Il Vangelo del Giorno, Città Nuova, año IX – número 1, mayo-junio de 2023)

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