Un mes y medio después de las inundaciones que afectaron las regiones de Marche y Emilia-Romagna (Italia), el relato de la experiencia personal de  Maria Chiara Campodoni, focolarina casada, docente y ex Consejera comunal del Municipio de Faenza, fuertemente golpeada por este desastre.

La inundación que afectó a las regiones italianas de Marche y Emilia-Romagna, alrededor de un mes y medio atrás, ha causado la pérdida de 15 vidas humanas, miles de evacuados y el desbordamiento de nada menos que 23 ríos. Hasta ahora se han registrado  inundaciones en alrededor de 100 municipios. Los numerosos deslizamientos de tierra  han afectado a pequeños productores. Decenas de hectáreas de tierras agrícolas y su ganadería quedaron destruidas por la potencia del agua, junto a puentes y carreteras.  Las ayudas recogidas por la Coordinación  Emergencias del Movimiento de los Focolares, AMU y  AFN hasta el momento alcanzan la suma de 182.000 euros.

En colaboración con las Asociaciones de Promoción Social de la región Emilia-Romagna se constituyó una comisión local para la emergencia, que individualizó algunas zonas de intervención: Cesena,  Sarsina,  Faenza, Castel Bolognese y Ravenna.

Se está efectuando la recaudación de datos de las necesidades de las poblaciones involucradas, sobre todo a través de la relación personal y a través de la confección de formularios en los que cada uno declara el daño sufrido y el pedido.

Entre las muchas personas afectadas, se encuentra Maria Chiara Campodoni, focolarina casada, profesora y Asesora municipal para el Deporte durante el período  2010-2015 y Presidente del Consejo Municipal de Faenza por el período 2015-2020. Ella nos cuenta el drama de esa experiencia, pero también la esperanza necesaria para poder seguir adelante.

Maria Chiara, ¿Cómo han vivido ustedes ese momento?

En Faenza hubo dos inundaciones. En nuestra casa el agua entró la primera vez el 2 de mayo; llegó hasta unos 30 centímetros.  Era de tarde, había luz todavía, y en casa estábamos uno de mis hijos y yo. Al comienzo, casi que lo tomamos como una aventura, pero esa misma noche me pareció mejor que mi esposo –que mientras tanto estaba tratando de recuperar a nuestros otros dos hijos que estaban practicando deporte– no entrara, porque afuera había mucha más agua que adentro y nosotros tenemos sólo puertas-ventana en la planta baja.  Si los hacíamos entrar a la casa, ello habría significado que entrara también mucha más agua. Por lo tanto,  se fueron a dormir a la casa de los abuelos, y nosotros intentamos llevar a la planta superior algunas cosas, cenamos en un dormitorio y nos fuimos a dormir. Incluso los bomberos que habían pasado por casa nos habían tranquilizado, diciéndonos que la situación no podía empeorar. Al día siguiente el nivel del agua de adentro y de afuera era igual y entonces, de acuerdo con mi marido, decidimos salir de casa. Cuando 15 días después empezaron a aconsejar que evacuáramos la planta baja porque estaba por volver la inundación, toda la ciudad se puso en alerta y entendió que había que movilizarse porque iba a ser algo de un alcance mayor.

¿Y qué pasó la segunda vez?

La segunda inundación, tras la cual tuvimos que escapar, llegó de noche. Alrededor de las 20.30 se rompió el muro de contención del río justo por encima de nuestra casa. Nosotros hasta ese momento –dado que estábamos bien equipados con una bomba dentro de nuestra casa– no habíamos salido,  convencidos de que podíamos controlar el flujo de las bombas y mantener el nivel del agua al mismo nivel, gracias también a la ayuda de bosas de arena.  Pero en cambio, tras apenas 20 minutos, el agua llegó al primer piso, alcanzó los tres metros en poquísimo tiempo y nos vimos atrapados. Llamamos a emergencias y nos respondieron enseguida, diciendo que llegarían. Pero mientras tanto, esa tarde, ya se había desbordado el río Savio en la ciudad de Cesena.  Por lo tanto, la protección civil y los bomberos, que hasta el día anterior estaban todos en Faenza, ya se habían desperdigado por las varias zonas.  Además, en mi calle la corriente era tan fuerte  que los vehículos a motor consiguieron entrar sólo a las 4 de la mañana y nosotros no habríamos logrado resistir hasta esa hora.  Los bomberos nos decían que subiéramos a los techos, pero no tenemos un tragaluz, por lo tanto quería decir ir hasta el techo por afuera, flotando.  La situación era realmente peligrosa. (En la foto la flecha indica el nivel alcanzado por el agua). En un determinado momento un primo de mi esposo, sabiendo por las redes sociales que se había roto el muro de contención del río justo por encima de nuestra casa, lo llamó y le preguntó si ya estábamos afuera.  Por el tono de la voz notó que estábamos en peligro y como es un atleta –había hecho surf cuando era joven– se puso el equipo de buzo, tomó su tabla y se lanzó a la corriente. Nadó hasta nuestra casa y empujando el surf, uno a la vez, nos cargó, llevándonos a salvo hasta las murallas de la ciudad, a unos 500 metros de casa.

¿Qué viste una vez que estuviste afuera?

Una vez en medio de la corriente la perspectiva había cambiado completamente. El agua superaba los carteles del nombre de las calles, por lo tanto no sabías si estabas en la calle o en el jardín de una casa. Pasamos por encima de las rejas de las casas, encima de los garajes, y tan alto estábamos que en un momento tuve que aferrarme a una maleza, pero en realidad, cuando el agua bajo después, vi que era un árbol. Yo fui la última en salvarme. Totalmente empapados, nos recibió en su casa una señora conocida. Nos hizo desvestir en su baño, nos dio ropa limpia porque también esa noche hacía un frío tremendo y llovía. Nos calentamos y escapamos a 6 kilómetros de la ciudad en donde vive mi suegra. Tuvimos mucha suerte porque fuimos los primeros en salir.  Sobre todo no vivimos lo que luego muchos nos contaron, que había sido una verdadera noche de terror en la ciudad.

¿Los niños se dieron cuenta del peligro?

Sí. Tengo tres hijos de 10, 8 y 6 años. El más chico, en un determinado momento, corría por las escaleras porque veíamos que el agua iba subiendo escalón por escalón y me decía: “faltan 5 escalones, 4 escalones.  Vayamos a la azotea, tenemos que escapar” y nosotros decíamos “quedémonos aquí en la ventana, porque afuera llueve. Ya llegan los bomberos”. En definitiva, ellos se dieron cuenta y poco a poco tuvieron que metabolizarlo, sobre todo el mayor. A la hora tuvimos miedo de no salir de allí. Una vez que pudimos ponernos a salvo en la casa de la abuela estaban más tranquilos, aunque al llegar allí empezaron a entender que lo habíamos perdido todo. Me decían: “mamá, ya no tenemos las mochilas del colegio, los libros, ¿y ahora?”. Les expliqué que muchos nos iban a ayudar.  Y así fue.

¿Cómo fueron los primeros días? ¿En dónde pudieron cobijarse?

Estuvimos un par de días con mi suegra porque no podíamos ir a la ciudad. Luego, nos brindaron un alojamiento en la casa de una tía de un amigo de mi hijo que vive en el exterior. La ocupamos durante un mes. Se encuentra en el centro, a unos diez minutos a pie de donde vivíamos.  Por eso pudimos ir a empezar a limpiar algo con palas. Estábamos un poco apretados porque era una casa pequeña pero fue un regalo enorme y tal vez me di cuenta de ello más tarde, cuando empecé a escuchar lo que contaban los demás. Después empezaron a llegar los voluntarios a toda la ciudad. Tengo que decir que en mi caso, un poco por el Movimiento de los Focolares, otro poco porque mi esposo tiene varios contactos, siempre vinieron amigos a visitarnos. Llegaron de Parma, Piacenza, desde la zona del Véneto y también los que sufrieron el terremoto en la región de Emilia años atrás, sintieron como un llamado a venir a dar una mano. Se dio un clima muy bonito, de verdadera ayuda, y poco a poco, en ese clima, empecé a tirar todo a la basura, pero estaba serena realmente. Quitar el lodo con una pala es algo muy fuerte al comienzo, tratas de hacerlo de la mejor manera, con fatiga, y te das cuenta de que no son las cosas, los objetos los que hacen tu vida, sino todo el resto.

Tu marido también tiene un restaurante…

Sí. A través de las cámaras había visto que allí el agua, por suerte, no había llegado, pero quería ir a verlo personalmente. Un día salió para ahí a las seis de la mañana pensando que podría tomar la carretera, pero estaba cerrada. Se nos ocurrió algo: “llamemos al vice-alcalde, y digámosle que si te llevan con la protección civil al restaurante, tú te pones a cocinar para todos los que lo necesitan”.  Tengo que decir que el funcionario aceptó de buen grado que nos hubiéramos puesto al servicio, porque los evacuados allí eran muchos. A los discapacitados y los ancianos los habían llevado antes, por suerte, y los habían mandado a un hotel que está muy cerca del restaurante de mi marido, pero que no tiene una cocina activa. Entonces, mi esposo y dos dependientes estuvieron un día entero en el restaurante, cocinaron unos 700 platos entre almuerzos y cenas.  Entre esas personas había unos 100 evacuados, estaban los bomberos, la protección civil y como el restaurante se encuentra justo sobre la carretera Emilia, un punto de paso, muchas de las personas que habían quedado bloqueadas, y que habían dormido en el coche sin comer, llegaron al local pidiendo ayuda. Toda la zona de  Cesena y Forlí estaba paralizada.

¿Ahora cómo se organizan ustedes?

Actualmente hemos dejado la casa del centro que nos hospedó. Nos mudamos a una casa que tenemos en la playa durante unos días, y luego hemos alquilado un apartamento por 18 meses esperando poder ordenar nuestra casa. La perspectiva es volver allí en septiembre de 2024. Luego nos quedan muchos interrogantes, ante todo si hay empresas que pueden reestructurar todas estas casas, porque somos muchos. Hablamos de unas 12.000 personas desalojadas. Hay 6.000 familias sólo en nuestra ciudad y algunas casas, las más viejas, se han declarado inhabitables. Ahora las casas tienen que secarse. Nosotros ya hemos desechado todo. Teníamos pisos de madera y los hemos quitado, los cielorrasos de la planta baja se cayeron solos cuando bajó el agua y con la ayuda de muchos logramos por lo menos sacar los sanitarios. Ahora, todas las mañanas, vamos a abrir las ventanas y por la tarde las vamos a cerrar para encender el deshumidificador. Por suerte ahora es verano. Si hubiera ocurrido en otoño, habría sido un inconveniente mayor.

¿La solidaridad sigue?

Sí, totalmente, y de varias maneras. Por ejemplo, al comienzo habíamos pensado en buscar una casa ya amueblada para no tener que hacer una doble mudanza, pero nos dimos cuenta de que la gente nos empezó a regalar de todo: roperos, colchones, juegos de dormitorio, sillones. Hemos optado por alquilar una casa vacía para poder empezar a amueblarla con esa ‘providencia’, para después, dentro de 18 meses, volver a llevar todo a nuestra casa, incluso también porque sin duda luego habrá otras prioridades. La gente está muy contenta de ayudar y tengo que decir que para mí ha sido una lección. Recuerdo que un día, tras la primera inundación, tenía toda la casa patas para arriba y el lavarropas roto. Me dije: “yo hago tres bolsas, una con ropa blanca, otra de color y otra con ropa negra y me voy a trabajar. La primera compañera de trabajo que me pregunte en qué me puede ayudar le digo ‘si estás dispuesta a todo, ésta es la ropa para lavar’”.  No me dio tiempo de dar dos pasos en el colegio, cuando ya había distribuido toda la ropa. En estos casos se crea un vínculo más fuerte con la gente y sobre todo no me avergoncé de pedir ayuda. Aceptamos lo que nos daban y siento que es una forma de ponerme inerme  frente a mis necesidades y decir que está todo bien, que nos queremos así, por lo que somos. También con los vecinos se creó un vínculo hermoso. Vivimos allí desde hace cuatro años y medio, pero nunca había entrado antes a tantos jardines de mis vecinos, porque, como se sabe, la vida es frenética.  Corremos siempre. Pero ahora, en cambio, entramos, nos saludamos y nos ayudamos.

¿Qué fase se abre ahora?

Empezó la segunda fase, la de la creación de comisiones de ciudadanos para empezar a comunicarse con la administración comunal.  Yo pensé en un primer momento en  quedarme al margen por distintas razones, sobre todo después de haber tenido varios cargos en el pasado; pero después entendí que sin exponerme demasiado, escuchando, quedándome en el chat, ayudando a los responsables de estas comisiones, puedo dar mi aporte. Tengo que hacerlo porque se lo debo a mis hijos que todavía mi siguen preguntando: “¿Tenemos que volver a vivir allí? ¿Vamos a construir una escalera externa que nos lleve hasta el techo para la próxima vez?”.  Tenemos que tener una ciudadanía activa que monitoree todas las situaciones. Sentí que mi experiencia tengo que ponerla a disposición, de la mejor manera, creando lo más posible conexiones, porque ahora, como sucede siempre cuando hay que reconstruir, hay mucho miedo, y el miedo más grande es el de quedarnos solos.

¿Estás esperanzada?

Sí, de verdad. El otro día teníamos que hacerle un regalo a esa señora que nos hospedó en su casa el primer mes y, como Faenza es la ciudad de las cerámicas, le compré un azulejo para colgar en la pared que dice: “las cosas lindas de la vida despeinan”.  Me dije que en esta ocasión nos habíamos tenido que despeinar mucho, enormemente. Nos llevará mucho tiempo recuperarnos, y lo lograremos. Pero siento que ciertas experiencias yo no habría podido hacerlas si no hubiera vivido ese momento tan duro. Siento realmente que he llegado a ese punto en donde ves sólo lo esencial, lo que realmente es importante. Fue terrible, pero no consigo pensar sólo en el desastre, que el agua nos haya llevado todo y que se termine ahí. Hay mucho, mucho más.

Maria Grazia Berretta
(Entrevista de Carlos Mana – Fotos: gentileza de Maria Chiara Campodoni)

Aún es posible contribuir a la recaudación de fondos de emergencia. Si desea donar, haga clic aquí

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