Ocho años después de la encíclica “Laudato Si”, el pontífice dirige, con la exhortación apostólica “Laudate Deum”, un llamamiento a todos los hombres de buena voluntad para que reaccionen adecuadamente ante la crisis climática.

Todavía muy poco ha cambiado en los hechos. El mundo «se va desmoronando y quizás acercándose a un punto de quiebre» [2]. La semana pasada llegó la noticia del observatorio climático de la Unión Europea (Copernicus) según el cual “septiembre fue el mes más cálido de todos los tiempos” (desde 1850 en adelante). El aumento de la temperatura es sin duda uno de los síntomas más visibles del actual cambio climático. El pasado mes de julio, la revista mundial más autorizada del sector “Nature” demostró que las olas de calor del verano de 2022 provocaron casi 63.000 muertes en Europa. Por supuesto, no debemos caer en consideraciones catastróficas porque los márgenes para un cambio de dirección aún son posibles, pero debemos rechazar categóricamente cualquier negacionismo irracional y no científico. Después de haber respondido con actitud decidida a todas las objeciones más comunes contra la actual crisis climática, el pontífice subraya “me veo obligado a hacer estas precisiones, que pueden parecer obvias, debido a ciertas opiniones despectivas y poco racionales que encuentro incluso dentro de la Iglesia Católica” [14].

Se distancia de culpar a los pobres. “¿Cómo olvidar que África, que alberga más de la mitad de los más pobres del planeta, es responsable de una mínima parte de las emisiones históricas?” [9]. Bergoglio nos hace un llamado a cada uno de nosotros “a acompañar este camino de reconciliación con el mundo que nos alberga y a embellecerlo con el propio aporte” [69].

Lamentablemente, algunos efectos de la crisis climática ya son irreversibles: algunas especies “han dejado de ser compañeros de camino para convertirse en nuestras víctimas” [15]. Sin embargo, no podemos dejar de “reconocer […] que la vida humana es incomprensible e insostenible sin las demás criaturas” [67]. Todo esto no puede dejarnos todavía indiferentes.

Para permitir el cambio, necesitamos modificar tanto la forma en que “miramos” a los demás y a la naturaleza, como la forma en que ejercemos el poder para lograr un propósito. Incluso los pequeños pasos individuales son importantes: pueden no conducir a un éxito inmediato y cuantificable, pero pueden actuar como guía para el cambio cultural y “gestar grandes procesos de transformación que operan desde las profundidades de la sociedad” [71].

Cuidar todas las dimensiones de nuestro planeta es un desafío colectivo que requiere una respuesta colectiva. En los últimos años se han realizado muchos esfuerzos globales, pero a menudo con resultados decepcionantes: promesas no cumplidas y objetivos pospuestos. Pero “si confiamos en la capacidad del ser humano de trascender sus pequeños intereses y de pensar en grande […], no podemos dejar de soñar que esta COP28 dé lugar a una marcada aceleración de la transición energética, con compromisos efectivos y susceptibles de monitoreo permanente” [54]. Nosotros tampoco podemos renunciar a este “sueño”. Es una apuesta: conquistar a todas las personas de buena voluntad para que trabajen por un mundo en el que valga la pena vivir.

 Stefania Papa

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