Hoy, 14 de marzo, día en que recordamos la partida al Cielo de Chiara Lubich, publicamos algunas de sus palabras, pronunciadas durante el encuentro del Movimiento Político por la Unidad, en Berna (Suiza), el 4 de septiembre de 2004. Una reflexión sobre el tipo de «amor» necesario para que sea posible la fraternidad universal.

[…] La fraternidad se realiza solamente con un amor especial. Es un amor que se dirige a todos, como Dios Padre que manda la lluvia y el sol sobre los sombríos malos y sobre los buenos. No es un amor que se dirige solamente a los parientes, a los amigos, a algunas personas, sino que se dirige a todos, y esto ya requiere una gimnasia. Si nos llevásemos hoy de esta sala únicamente el propósito de amar a todas las personas que encontremos, si es posible, y como somos cristianos, viendo a Cristo en ellos – porque Él dirá: “a mí me lo hiciste”, “a mí me lo hiciste”, “a mí me lo hiciste” -, a mi parecer, ya habríamos ganado mucho, porque de aquí partiría la revolución cristiana.

Pero después, este amor que es necesario para la fraternidad, que no es tolerancia, pero es también tolerante; que no es solidaridad, pero también es solidaridad; es algo distinto, porque es el mismo amor de Dios – los cristianos decimos, difundido en nuestro corazón por el Espíritu Santo -, es un amor que es el primero en amar, no espera a ser amado, es el primero que se lanza, que se interesa por las personas, cuando… naturalmente, no hay que turbarlas. Éste es el primero que parte, no espera ser amado. En general, cuando uno ama, siempre espera ser amado para poder amar, en cambio éste es un amor que es el primero, que debe empezar… Y aquí está la revolución. Es por lo que nuestro Movimiento ha llegado, gracias a un carisma de Dios, no por nosotros, ha llegado hasta los últimos confines de la Tierra, porque si partimos de aquí pensando en amar a todos, en ser siempre los primeros, sin esperar, ¿eh? Aquí ya está el Evangelio, ¿Entienden lo que es el Evangelio? Esto es Evangelio.

Además es un amor, que no es un amor sentimental,  no un amor platónico, no es un amor evanescente, sino un amor concreto, que se hace uno con la persona amada: si está enfermo, se siente enfermo con ella; si goza, goza con ella; si conquista algo, la conquista también es suya. Como dice San Pablo: “Hacerse todo a todos”, “Hacerse todo a todos”, hacerse pobre, enfermo con los demás. Compartir, así es este amor, un amor concreto.

Por lo tanto, un amor que se dirige a todos, que es el primero en amar, y un amor que debe ser concreto.

Además, hay que amar a los demás como a uno mismo, así dice el Evangelio. A Eli, mi compañera, a quien veo en la sala, soy yo, porque debo amarla como a mí,  como a Chiara, como amo a mí misma. Y lo mismo a Clara, debo amarla como a mí; a la otra señora, debo amarla como a mí,  a la otra señora, como a mí, porque esto es Evangelio. También esto es fuerte, ¿quién ama al otro como a sí mismo? Y en cierto modo, casi que se traslada uno mismo a los otros para amarlos como a sí mismo. Además, es un amor que si lo viven más personas, se hace recíproco, porque yo amo a Marius, Marius me ama a mí; yo amo a Clara, y Clara me ama a mí. Este amor recíproco que es la perla del Evangelio – Jesús dijo: les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros como yo les he amado” y dijo que es el mandamiento suyo y nuevo, suyo, por tanto, sintetiza el Evangelio -, es la base de la fraternidad. ¿Qué queremos…? ¿Cómo podemos hacer para ser hermanos unos de otros sino amarnos, y amarnos como Él nos amó, dispuesto incluso a dar la vida por nosotros?

Hay que tener presente todas estas cosas.

Teniendo presente cómo es este amor, así respondo al señor que me ha hecho la pregunta ¿cómo hay que plantear la relación con los demás? Hay que plantearla como un diálogo. Yo tengo que ver al otro como alguien con quien tengo que dialogar pero, para poder dialogar, tengo que conocerlo, por lo tanto, tengo que entrar en el otro, no para imponerme, sino para tratar de entenderlo, dejar que el otro se exprese. […]  es necesario entrar en el otro, dejar que se abra, dejar que hable y que sienta el vacío en nosotros, la capacidad de comprenderlo, de entenderlo. Entonces  sucede – es nuestra experiencia – que también el otro comprende que es amado y entonces escucha con gusto también nuestro discurso.

Y aquí el Papa dice una frase estupenda para el diálogo. Entonces es necesario que demos nuestra verdad, en la que creemos, pero que sea un “respetuoso anuncio”, es decir, un anuncio que respete el pensamiento del otro, que no quiere hacer proselitismo, en fin, que no quiere mortificar al otro.

Éste es el diálogo que hay que hacer y es la base de nuestra vida, de la fraternidad universal.

Chiara Lubich

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