Movimiento de los Focolares

7 de diciembre de 1943, un sí para siempre

Dic 7, 2016

A 73 años de aquella jornada decisiva para el nacimiento del Movimiento de los Focolares, el relato de Chiara Lubich a un grupo de focolarinos reunidos en Rocca di Papa (Roma) el 30 de diciembre de 1984.

chiara1«Tenía 19 años y una gran sed de Dios», relataba Chiara. Y es tan fuerte esta sed suya que cada vez que se encontraba  con un sacerdote le pedía: «Hábleme de Dios» Impulsada siempre por esa sed, trata de entrar en la Universidad Católica y, como su familia no cuenta con los medios necesarios para costearla, participa en un concurso para conseguir una beca de estudio; pero por un punto no logra entrar. «Me acuerdo cuánto lloré, porque creía que en la Universidad Católica hablaban de Dios. Y recuerdo, que en medio de ese llanto, en ese saloncito con mi madre, en mi interior sentí que alguien me decía: “Seré yo tu Maestro”». Pocos meses después, con el grupo de estudiantes católicas con las que se reúne, viaja a Loreto, una ciudad del centro de Italia donde hay un gran santuario que custodia una pequeña construcción que, según la tradición, se trata de la casita de Nazareth, donde vivió la Sagrada Familia. Chiara cuenta que cuando entró en esa casita, dentro de ella sucedió algo extraordinario. «Me conmoví de tal manera, tanto, que me parecía que estaba aplastada por lo divino que contemplaba a mi alrededor. Porque estaba muy vivo, dentro de mi, la idea de que por allí habría pasado tal vez Jesús, que aquellas paredes habrían escuchado la voz de María, su canto, de José, la Anunciación, el Ángel… esta sensación estaba tan viva en mi interior que no hacía más que llorar». El de Chiara era un llanto  provocado «por el peso de lo ‘divino’ que me aplastaba» Durante esos días en Loreto, ella cuenta que “apenas podía se escapaba” para ir a la casita, advirtiendo la fuerte sensación de que Dios le estaba abriendo un nuevo camino que tenía relación con ese lugar y con la Sagrada Familia que allí vivió. El día antes de irse, Chiara entró en el Santuario y lo encontró lleno de gente. Se quedó en el fondo de la iglesia y fue en ese momento cuando en su corazón sintió la voz de Dios: «Te seguirá una multitud de vírgenes». Con el paso de los años comprenderá que es el esbozo  del nuevo camino que el Señor estaba preparando: el focolar. Después de cuatro años, en 1943, sucede otro hecho, sencillo pero decisivo: es invierno, en su casa falta la leche. La mamá le pide a las hijas más pequeñas que vayan a buscar leche, pero hace frío. Chiara, trata de estudiar, pero oye el pedido de la madre y se ofrece ella misma a ir a buscar la leche, como un gesto de caridad hacia sus hermanitas. «Cuando iba por la calle – cuenta-,  sentí como si Dios me dijera: “Date toda a mi, date toda a mi”. Me detengo sorprendida. Voy a buscar la leche, vuelvo a casa, y escribo una ardiente carta a un sacerdote», en la cual le cuenta lo que había sentido en su alma. En esa época, a quien expresaba su deseo de consagrarse a Dios, se le aconsejaba que lo hiciera por un determinado tiempo y que lo repitiera varias veces hasta que el propósito se afianzara. En esa carta, Chiara estaba tan decidida y tan tomada por el amor de Dios, que convenció al sacerdote para que la autorizara a consagrarse a Dios enseguida y para toda la vida. Es el 7 de diciembre de 1943 cuando se dirige, sola y en la mañana temprano, a la iglesia, mientras “afuera se había desencadenado una gran tormenta”. «Tenía la impresión de tener al mundo en mi contra», recordará Chiara. Y también recuerda: «Se me había preparado un reclinatorio cerca del altar y tenía un pequeño misal en la mano. Me hacen pronunciar la fórmula por la que me doy totalmente a Dios para siempre. Estaba tan feliz que no me daba cuenta ni siquiera de lo que hacía, porque era muy joven. Solo que, cuando pronuncié la fórmula, tuve la impresión de que un puente se caía detrás de mi, que ya no podía volver atrás porque ya era toda de Dios. Y allí se me cayó una lágrima en el misal. Pero, ¡la felicidad era inmensa!». Chiara concluye así el relato de aquel 7 de diciembre de 1943 que marcó el nacimiento del Movimiento de los Focolares: «Me caso con Dios, por lo tanto me espero todo el bien posible. Será una aventura divina. ¡Yo me caso con Dios! Y enseguida vimos que fue realmente así». Gustavo Clariá  

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